Por: Jorge Gómez Barata
especial para ARGENPRESS.info Fecha publicación:14/05/2006
La latinidad iberoamericana que comenzó como imposición, fue adoptada como slogan por los “progres” ilustrados que debieron rechazarla. Los ocupantes que nunca se preocuparon por matices ni finezas, llamaron India a la tierra e indios a sus pobladores. Nunca hubo para ellos aztecas mayas ni toltecas; quechuas ni aymarás; tampoco congos ni mandingas, simplemente indios y negros. Latinos eran ellos.
No se trata de enmendar la historia ni de suprimir los deliciosos mitos que adornan nuestras vidas y alimentan el imaginario popular, sino de comprender el mimetismo que, alimentado por las diferencias de clase y el racismo, los integran a la idiosincrasia y a la herencia cultural, contribuyendo a la imposición de los patrones y estereotipos de la ideología dominante, blanca, europea y norteamericana.
Una tarde, entre dos luces todavía, estando en un parque de Conakry, Guinea, en espera de que la noche, cómplice de los cazadores de mitos, se aliara conmigo, pregunte a mi acompañante: Por qué con tanto calor, había gente vestida con gabán y paraguas al brazo. “Es que se visten de acuerdo al parte metereológico en París”, me respondió.
Ningún espectáculo es más lamentable que la tortura a que someten las negras sus magnificas cabezas para con potasa hirviente y un peine caliente, tratar de estirar sus sufridas pasas. Al sacrificio por dejar de ser como son, no escapan las criollas que avergonzadas de sus rasgos originarios acuden al cirujano estético para enmendar la morfología del rostro o las fabulosas mulatas que imitando a las modelos europeas, restan tejido a sus maravillosas grupas o reducen los ubérrimos frontispicios de su anatomía.
A propósito del examen de estos temas, había en nuestra aula una condiscípula negra que contaba sus vivencias de cuando niña, cada mañana, al peinarla, su madre, se esforzaba por convertir en trenzas sus minúsculas pasitas. Tanto las estiraba, que halaba hacía atrás la piel y a ella le era difícil pestañar (SIC).
La unidad latinoamericana fue un sueño que Bolívar, el primer líder político de reconocida y acatada autoridad iberoamericana, no pudo concretar y que luego fue utilizado por Estados Unidos para proclamar el Panamericano, sostén ideológico de la Doctrina Monroe y de su versión institucional: la OEA.
Muertos Bolívar y José Martí, el latinoamericanismo fue olvidado hasta su rescate por la revolución cubana, que lo incorporó a su discurso unitario donde adquirió un significado diferente. Bolívar quiso hacer de América no un referente cultural, sino una entidad política y Martí un instrumento para confrontar los apetitos norteamericanos.
La unidad latinoamericana no se forjará espontáneamente ni vendrá al amparo de remotos antecedentes históricos. Nunca nos integraremos, porque hayamos sido alguna vez colonia de las mismas metrópolis, ni nos entenderemos mejor porque todos hablemos castellano; la pobreza compartida nunca no hará más solidarios.
Los mitos son imprescindibles para ejercitar la imaginación y, con razón, figuran entre las grandes creaciones de la cultura humana. Algunos como los religiosos y los históricos son magníficos para cohesionar la sociedad, ennoblecer a las personas y promover valores éticos y estilos de vida. Lo que no debe ocurrir es que los mitos suplanten la verdad o sirvan para manipular a las gentes y a los pueblos.
No tengo nada contra los mitos y no intento suprimirlos, enderezarlos si.
La reciente cumbre en Viena ha sido un espectáculo lamentable. Latinoamérica no estuvo presente porque todavía no existe como entidad política. Existirá cuando se le construya con hechos. Es lo que Fidel Castro, Hugo Chávez y Evo Morales intentan hacer y los Estados Unidos, impedir.
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