EL DISCURSO DEL GENERAL BADUELUnas reflexiones, aún no completas, sobre lo que dijo ayer el general Baduel que considero necesarias.
Por, Martín GuédezNo tengo aún en mis manos el discurso pronunciado ayer por el general en jefe, Raúl Isaías Baduel, con motivo de su relevo en el Ministerio del Poder Popular para la Defensa, razón suficiente como para no emitir una opinión medianamente rigurosa. No lo haré sino sobre aquellos aspectos que se pusieron claramente en evidencia. En principio me quedó la sensación de que la legión de “expertos” y opinadores de oficio de la oposición se darían banquete con el discurso a partir de sus socorridas prácticas bufonas de tomar frases con pinzas. Al final la contrarrevolución siempre encontrará agujas en sus pajares mentales. Nosotros, menos publicitados pero más rigurosos que estas estrellas de los medios no podemos hacer lo mismo. Me referiré sólo a algunos aspectos resaltantes del discurso, hay otros que pienso deberían ser analizados con arreglo a la estrategia del proceso y lo dejaré para otro momento.
Si tuviéramos que hacer un resumen apretado de los elementos esenciales del discurso de Baduel, habríamos de concluir que hizo una crítica necesaria al proceso revolucionario. ¡Acostumbrémonos! La crítica y la autocrítica son inmanentes al socialismo. Baduel no dijo nada que no sepa todo el mundo. Cuando se refirió a la desconfianza que genera en casi todos los estratos sociales, pero particularmente en unos muy específicos, la palabra “Socialismo”, no hizo sino reconocer que nuestras sociedades han sido víctimas de dos siglos de propaganda capitalista y por tanto anti-socialista. Dos siglos, al menos, de un sistema educativo transmisor de valores capitalistas –para eso lo han tenido y lo tienen, para transmitir valores de modo que el individuo se integre a la sociedad lo mejor “dotado” posible- más todas las otras superestructuras: religión, cultura, familia, etc., trabajando a tiempo completo para formar una persona que acepte esos valores y rechace con horror todo lo que signifique un desafío para la infraestructura económica capitalista, tiene que dejar huellas y las ha dejado.
Reconocer que esa transformación cultural profunda requiere de algo más que consignas, es simplemente reconocer que sin conciencia socialista no habrá revolución. Y...salvo contados esfuerzos que merecen reconocimiento y emulación, ¿qué se ha hecho hasta ahora?, ¿en qué han fallado los proyectos revolucionarios?, ¿no ha sido acaso en la ausencia de conciencia socialista en el seno de los responsables de su ejecución?, ¿no seguimos viendo –con dolor- como se repiten las conductas del viejo sistema, tanto en el “demandismo” (así lo llama el compatriota, Pedro J. Patiño), que se traduce en el “ven a mí que tengo flor”, ?, ¿no vemos como la mala hierba capitalista se reproduce en muchas de nuestras cooperativas, en las cuales los más vivos, inteligentes o fuertes terminan enajenando el trabajo de los más débiles, ¿no lo vemos, por ventura, en “voceros de la revolución” hasta anteayer pobres y solidarios y hoy viviendo a todo lujo, banqueteando y llevando adelante sus “negocios” bajo las mismas premisas del capitalismo?
Pasearse, como lo hizo Baduel, sobre los fracasos en la práctica del Socialismo Real del pasado siglo señalando las causas de ese fracaso: burocratismo, enajenación del protagonismo popular por el partido, capitalismo de estado, tampoco le viene mal a la revolución. Las mejores ideas pueden y son falsificadas para vivir de ellas y si quieren una prueba ahí tienen a la iglesia católica viviendo hace 16 siglos del cuento. Invocar a partir del método y la praxis marxista-leninista -que en ningún momento objetó- la incorporación al Socialismo del Siglo XXI de las fuentes del pensamiento autóctono y universal (Bolívar, Rodríguez, Cristo) se encuadra en los lineamientos que se han trazado desde siempre para la construcción original de nuestro Socialismo.
Invocar para nuestro Socialismo una condición profundamente democrática y libre –con el perdón de mi general Baduel- es una redundancia. Socialismo, democracia verdadera y libertad son sinónimos. Cuando un sistema llamado “socialista” no es radicalmente democrático simplemente no es socialista. El socialismo a secas tiene dos características fundamentales: a) La propiedad de los medios de producción, distribución y gozo de la riqueza creada en términos socialistas, y b) La libertad y protagonismo del pueblo en la solución de sus problemas, su participación real en la construcción de “la mayor suma de felicidad posible” y la conversión del trabajo en realización personal.
Otro aspecto de su discurso sí desafía lo que se está haciendo. Se trata de la casi total ignorancia de cual socialismo es el que se pretende construir. Pocos parecieran atreverse a plantear un debate de fondo, la mayoría de las personas que oímos o vemos, tanto en sus fugaces visitas a los barrios –cuando se asoman- como por la radio o la televisión –aquí si cotidianos- no superan los límites de la consigna repetida, la gorra, la franela y poco más. Wladimir Acosta es una honrosa excepción, pero también lo vemos cotidianamente envuelto en la labor reactiva que impone la agenda conspirativa desaprovechándose su bagaje inmenso, otra excepción –con poca tribuna- es la de William Izarra; Antonio Aponte y su saga de “Un grano de maíz”, así como los camaritas de la Misión Conciencia, también hacen lo suyo pero –igual- con poca resonancia, el resto parecen -¿parecemos?- estar atentos a lo que diga el Comandante Chávez para “coger línea” y no desmarcarse ni un poquitico, incluso, ¡peor aún!, “coger línea” de quienes se piensa que la tienen. Esto lo saben estos oportunistas y se aprovechan de ello, sin más mérito que su viveza cabalgan sobre la agenda y la imponen encargándose de excomulgar cualquier disonancia desde el solio papal que se han construido. Grave deficiencia esta porque el debate, la crítica y la propuesta ideológica son la garantía de la vitalidad del proceso.
Es evidente que semejante tarea requiere un esfuerzo gigantesco. No es menos evidente que aunque el partido debe ser de masas se hace imprescindible –al menos en esta etapa- del concurso de cuadros bien formados, revolucionarios verdaderos, generosos, solidarios, consubstanciados con el pueblo, eficaces, abnegados, entregados en cuerpo y alma a la inserción en el corazón del pueblo. El trabajo que se hace -¿hacemos?- en los barrios no es suficiente.¡Conciencia revolucionaria, claridad ideológica y claros propósitos o reinarán los ineptos y camaleones para dolor de todos!
Por, Martín Guédez
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