14 octubre 2006

EL MANANTIAL.

Sin la fuerza del amor, nada tiene consistencia y verdad.

Por: Ing. Franco Munini.


Brota cristalina el agua de la fuente, fruto de la tierra preñada por el rociado generoso de la lluvia. Corre por torrentes entre piedras y canto de pájaros; beben y viven en ellos las criaturas a medida que se unen como hermanos formando riachuelos, creciendo para ser ríos que en su fluir inacabable nos recuerdan el misterio infinito de la vida.

Nace gentil el cariño, hijo de la ternura y el afecto. Se nutre de dulzura y respeto, alimentando la consideración y el aprecio que lo cobijan del egoísmo y los malentendidos. Crece impetuoso, apenas domado por las riendas del sentido común, en la inacabable seguridad de la esperanza para convertirse en el sentimiento que le da significado a la vida.

Amor sin locura no es amor, dicen. Vida sin amor no es vida, digo yo. Así como añoro los amores de ayer, así como añoro los libros que no leí y aquellos que quiero releer, la música y los paisajes que espero unir a los que llevo vivos en el recuerdo, así como duele que no quepan más horas en un día para llenarlo de más vida y que no pueda enmendar el tiempo perdido, así me entrego al futuro con el corazón abierto para disfrutar en todo momento la alegría de amar y vivir.

El amor es la fuerza que me une a la revolución, cristalizado en las miradas de los muchachos en las escuelas para quienes quiero construir un futuro de esperanza. Es el sentimiento que me dan los compañeros de lucha que encuentro solidarios en el camino. Es la promesa contenida en la semilla sembrada, cuya respuesta es el brote de la vida. Es el puente que tiendo a quienes me adversan desde su interpretación de lo que debe ser la sociedad, es la fuerza que me obliga a alumbrar el camino a aquél cuya visión se ha nublado, es lo que me impele a recoger las enseñanzas de los maestros en cualquier ámbito para fortalecer mi conciencia con sus conocimientos y experiencias y poder así ser más útil y efectivo en la lucha por el bien común.

Amor de padres, de hermanos, de hijos y parientes, de vecinos alimentan la célula fundamental de la sociedad: la familia y su entorno. Amor al prójimo, ese que te une al desconocido por cuyo progreso bregas anónimo y solidario.

Amor es el cariño profundo que se afinca en la solidez de la confianza mutua; es el vínculo seguro de la compañía madurada en años de unión entre cimas y abismos compartidos. Es también, y quizás éste sea su aspecto más vistoso, ese despertar en la mañana con el nombre de la mujer amada en los labios, es ese loco latir del corazón cuando estás cerca de ella, cuando piensas en ella; es la sensualidad que te invade en oleadas de placer en esos momentos en que te consideras afortunado por poder oír su voz, por haberla conocido, aún cuando ni siquiera sabes cómo decírselo por temor a romper el hechizo; es la indescriptible felicidad de estar estrechándola entre tus brazos, cubriéndola de besos y haciéndole saber que es lo más bello que hay en tu vida.

Démosle nuevamente valor al sentimiento: hasta el amor ha sido enlatado como artículo de consumo en novelas estúpidas que realzan el lado oscuro de los celos, la infidelidad o la superficialidad inducida por un modelo de convivencia que suprime la espiritualidad a favor del interés. Sin sentimientos, sin amor pierde sentido toda relación entre seres humanos, todo se reduce a la lucha primitiva por la supremacía del más fuerte que nos retrotrae al mundo animal; quedan olvidadas, o peor, secuestradas todas las experiencias nobles que el conocimiento ha ido acumulando para la emancipación de la humanidad y que son fundamentales para el disfrute pleno de la colectividad global entendida como una relación entre iguales en derechos y responsabilidades que compartimos un planeta que pertenece a nuestros hijos, nietos y muchas, muchas generaciones por venir. Por eso es significativo el proceso revolucionario venezolano al enarbolar la dignidad, la solidaridad, el bien común y el amor al prójimo como paradigmas de la vida.

Nadie es inmune al amor; ¿Para qué resistir la fuerza primigenia de la existencia? En esta época de confrontaciones vale refrescar la consigna de hacer el amor, no la guerra. Paz y amor, ¡Cuánta falta le hacen al mundo! ¡Qué diferente sería nuestro lenguaje actual si abreváramos más en esa fuente!

Por suerte, el brote de amor inacabable está en cada uno de nosotros; bañémonos en él, reguemos a nuestro prójimo con él. Los mercaderes del odio no podrán utilizarnos si logramos oponer al discurso de la invectiva y la confrontación la palabra gentil, la sonrisa y la disposición al diálogo que nacen del corazón solidario con las buenas intenciones, si logramos hacer de esta revolución un manantial de sentimientos, la revolución del amor, la revolución bonita.

Ing. Franco Munini.
muninifranco@gmail.com

1 comentario:

  1. Anónimo3:59 p.m.

    Simplemente quiero elogiar tanta elocuencia!! Este hombre (amigo mio del alma), ha encontrado en el arte de escribir, la manera de dejar fluir ese AMOR que siempre ha llevado dentro y se le desbordaba... De origen italiano, pero criado y CIERTAMENTE arraigado en Venezuela, ha hecho de ese país su patria y su motor en la vida.
    Enhorabuena, Franco!!!
    Marie Louise Roy Lister

    ResponderBorrar

Los comentarios sólo representan la opinión de las personas que los emiten. Son moderados y nos reservamos el derecho de publicación.