LITHO.
Por: (*) Mauricio Carrasco Ayala
(Penti-Jatha)/ Hoy Bolivia/ 1 de julio de 2006.
"Cada vez hay menos árboles y más penas", dice Juana Muri, una anciana Pacahura que dirige los despojos de su pueblo entre noviembre a marzo, durante los cuales los hombres, mujeres y niños mayores de 12 años se internan en la selva para trabajar en la zafra de la castaña o sirven como guías, entre marzo y septiembre, como lo hacen también lo toromonas y machicangas, de empresas brasileñas y bolivianas que buscan lo mejor del bosque para la extracción ilegal de la madera.
"Son cientos de hombres que cruzan el río con máquinas, perros y armas y que tienen indígenas como sus guías".
Muri se queda en las chozas de madera y techo de paja, que afloran en la selva como una extensión natural de ellas, vegetando bajo el ardiente sol, las torrenciales lluvias o la intensa humedad, con los niños, los enfermos y los ancianos.
Ella es parte de una comunidad suspendida en el tiempo, asentada en Bolpebra - en el hito tripartito entre Bolivia, Perú y Brasil - que permanece silenciosa y extraviada en la historia.
Los guías de su tribu peregrinan a lo largo de los 125 kilómetros del río Acre, que marca la frontera natural de Bolivia con Brasil, en busca de islas de bosque aún no depredada.
Pero la tala del bosque no se circunscribe solo a las riberas del Acre, ha alcanzado también a extensas zonas de Beni, Pando y el Norte de La Paz y a áreas protegidas de esos tres departamentos que abarcan un territorio de aproximadamente 100 mil km2.
Según el presidente de la Liga de Defensa del Medio Ambiente y ex Prefecto del Beni, Carlos Navia, cuyo centro de operaciones es Trinidad, el aprovechamiento selectivo de especies ha provocado la casi extinción de la madera mara en el Norte Amazónico.
De la Swietenia macrophylla - nombre científico de la mara - ahora sólo quedan algunos remanentes, que se encuentran dispersos en las riberas de los ríos de las comunidades que son parte de una Tierra Comunitaria de Origen (TCO).
La TCO es el espacio geográfico de una comunidad indígena que puede beneficiarse de ella garantizando el uso y aprovechamiento sostenible de sus recursos naturales.
La tala ilegal ha afectado también a áreas protegidas como la Reserva Natural de Vida Silvestre Manuripi, en Pando.
Se calcula que en esa zona, dos mil troncas de mara y cedro fueron extraídas ilegalmente "día y noche" durante el otoño de 2004.
El caso esta documentado en el proceso judicial que siguen campesinos del municipio de Filadelfia al ex director de la Reserva.
Pese a que recién se comenzaron estudios sistemáticos sobre la biodiversidad de la Reserva, hasta ahora se han registrado 760 especies de plantas, 112 de peces, 70 de anfibios, 72 de reptiles, 489 de aves y 150 especies de mamíferos.
Su significado ecológico radica en que mantiene en su interior habitats que permiten conservar especies valiosas que en otros sitios están siendo presionados por la intervención del hombre.
En el Norte Amazónico existen - además de la Reserva Nacional de Vida Silvestre Amazónica Manuripi - cinco áreas protegidas: Apolobamba, Madidi y Pilón Lajas, todos en el departamento de La Paz y en el Beni están la Estación Biológica y el Parque Nacional Isidoro Sécure.
MADIDI
El Madidi, considerado el bosque húmedo más diverso del mundo, fue también en la década pasada, antes de ser declarado Parque Nacional, presa de la depredación.
Recién en los últimos nueve años empezó a repoblar su flora y su fauna y, sin embargo, una eventual tala indiscriminada, caza furtiva y pesca ilegal en la zona, podrían resultar irreversible.
Cuando los guardaparques iniciaron en 1997 las operaciones de control en el Madidi, dos años después de declarada zona protegida, solo en el río Tuichi operaban 52 empresas explotando la madera.
De acuerdo con reportes oficiales de la época, cada una de las empresas tenía entre 10 a 12 grupos de 50 hombres armados a quienes acompañaban expertos cazadores.
Esos cazadores tenían la misión de matar animales para alimentar a los hombres en los campamentos.
En esa época miles y miles de troncos eran extraídos cada día del Madidi.
Ahora las embarcaciones que navegan son sometidas a rigurosas inspecciones policiales.
Estudios recientes, tras nueve años de estricto control, han concluido señalando que las especies de mara y roble han comenzado a repoblarse en las zonas depredadas, al igual que la fauna, particularmente de aves y felinos.
La Revista National Geographic catalogó a la zona como una de las más inmensas reservas mundiales de biodiversidad.
Los ríos Madidi y Tuichi, afluentes del Beni, son los más caudalosos y son los referentes principales del Parque. En sus alrededores viven dos comunidades indígenas: los tacana y los quechua, que hacen un total aproximado de 1.700 habitantes.
Un sector de la población indígena, la que se encuentra cercana al río Tuichi, llegó a un acuerdo especial con el Estado y la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) y se les permitió utilizar los recursos naturales del bosque.
Se estima que el 11% de todas las aves del mundo se dan cita en estos parajes, con un total de unas 1.000 especies y que son comunes en la zona ciertos mamíferos de gran tamaño, raros o difíciles de ver en otras áreas montañosas o amazónicas.
Estudios llevados a cabo en los alrededores de Rurrenabaque y en los bosques de montaña de la Reserva de Pilón de Lajas, al sudeste del parque, permiten aventurar que el número de especies de plantas vasculares del Parque debe superar las 5.000, el de musgos y hepáticas las 800 y el de hongos es incalculable, dada la ausencia total de datos para esta región.
La Ley del Medio Ambiente define a las Áreas Protegidas como áreas naturales con o sin intervención humana, declaradas bajo protección del Estado mediante disposiciones legales, con el propósito de proteger y conservar el patrimonio natural y cultural del país.
PULMON DEL MUNDO
El Norte Amazónico es uno de los lugares de mayor diversidad biológica del mundo, con gran cantidad de aves raras, mamíferos y cientos de especies de árboles.
Desde el aire, sin embargo, es fácil ver el daño provocado por la tala y por la ocupación ilegal de los agricultores.
Y los maizales - dice Juana Muri - forman grandes parches en medio del extenso bosque tropical.
Ella se queja, con sus ojos diáfanos que derraman lágrimas que recorren los surcos de su curtido rostro, de la riqueza de su tierra, que solo ha traído la pobreza de su pueblo.
Juana, que conserva gran parte de antiguas supersticiones, cree que Dios se ha ensañado con su pueblo como castigo por no cuidar el bosque, pero acepta, resignada, la divina providencia.
Esta tribu silvícola se muere un poco cada día y, sin proponérselo, reafirma las sospechas de la anciana.
Enfermos, mal nutridos, sin piezas dentales a los 20 años y desamparados por el Estado, intentan sobrevivir y en su lenta agonía envía a los mayores de 12 años, hombres y mujeres, a la tala del bosque, actividad que involucra a miles de indígenas de diferentes nacionalidades cada año.
Ingresan a trabajar a las barracas móviles con adelantos. La paga, apenas monetizada, se la hace en especies o alimentos.
Usualmente terminan endeudados. Son obligados a estar al servicio de los capataces hasta el final del trabajo depredador para terminar de pagar las deudas o son obligados a regresar al año siguiente.
Los Pacahuaras, dueños de los bosques, creen que el dinero de la selva huye y alimenta la prosperidad de las ciudades fronterizas brasileñas.
"Nos sentimos burlados por el destino", comenta la anciana.
REPLICA
La misma situación de explotación la viven anualmente otros pueblos indígenas - como los Araona, Baure, Chimán, Ese Ejja, Itonama, Leco, Mosetén, Movima, Moxeño, Nahua, Tacana y Yuminahua - que son tratados como esclavos en las labores de tala del bosque, pero que se involucran en esa actividad debido a su extrema pobreza e ignorancia.
Se calcula que la tala, los incendios y el desmonte agrícola han destruido en los últimos doce meses, más de 600 mil hectáreas de bosque. La cifra, según informes oficiales, es la más alta de los últimos diez años.
A pesar de la tragedia ambiental, es imposible cuantificar el impacto provocado en la flora y la fauna, porque no se cuenta con un inventario de todos los recursos naturales en biodiversidad.
El Prefecto de La Paz, José Luis Paredes, ha ordenado llevar adelante un programa de inventariación de los recursos naturales en el Norte de La Paz y se aguarda que similar medida la adopten los departamentos de Beni y Pando.
Lo que si se sabe, sin embargo, es que la regeneración artificial de los bosques devastados ilegalmente durará al menos dos décadas, en una zona que es el hogar de un tercio de las especies del mundo y donde se resguarda una quinta parte del agua fresca del planeta.
Informes del ex Ministerio de Desarrollo Sostenible señalan que cada año la tala y los incendios forestales afectan mayores superficies boscosas, provocan la disminución del hábitat natural de muchas especies tanto animal como vegetal y afectan el aprovechamiento forestal sostenible.
IRREVERSIBLE
La deforestación de la Amazonía, boliviana y brasileña, según Naciones Unidas, implicará el fin de especies únicas. Los Pacahuaras aseguran que el jaguar, el único felino grande de América y un carnívoro con mirada de fuego, ya no ronda por la selva.
A pesar que los indígenas cuentan con satisfacción la desaparición del "tigre", dicen que lo cazadores que acompañan a las barracas móviles los aniquilaron, al igual que a las aves y al chancho de monte. Lo hacen para alimentar a los ejércitos de leñadores a quienes acompañan durante los largos meses que permanecen en la selva.
La misma dinámica la aplican también las empresas legales que explotan la madera y que superan las 2.000 en los tres departamentos del Norte Amazónico.
Al ritmo actual, se calcula que el proceso de destrucción de la Amazonía podría ser irreversible en diez años más, y toda la selva podría desaparecer en unos 40 años, según informes del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente.
Controlar los niveles de intervención humana es clave para salvar el Norte Amazónico.
Estimaciones científicas, que toman en cuenta el comportamiento humano relacionado con la deforestación y procesos biológicos forestales, son aún más pesimistas respecto a la evolución de este medio ambiente.
Sin la aplicación de medidas inmediatas y decididas a cambiar el actual régimen de la agricultura, tala y quema de árboles - advierten las investigaciones de Naciones Unidas - la selva amazónica boliviana podría llegar a un punto de no retorno en los próximos 15 a 20 años.
La tala indiscriminada es una de las actividades que afecta la Amazonía.
Se advierte que la selva del Amazonas - que comparten Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela - lejos de los 75 a 100 años que estimaban algunos especialistas para su destrucción total, podría desaparecer dentro de las tres siguientes décadas.
Los científicos temen también que el despeje de la selva podría afectar el clima global, así como amenazar especies únicas de fauna y flora.
PAUSA ECOLOGICA
No existen registros históricos del pueblo Pacahuara, pero su ancestral memoria oral sostiene que fue una de las grandes culturas del Amazonas, que durante milenios supo mantener una relación armoniosa y productiva con la naturaleza.
Olvidado por el resto del país su supervivencia depende, como la de otros pueblos que están desparramados en la zona, exclusivamente de los recursos que el bosque les provee.
Pero las áreas de bosques donde viven ya no están intactas y son emprendimientos aislados los que intentan proteger la extrema riqueza de la biodiversidad que todavía se encuentra en esta región del país.
Los Pacahuara, de la familia lingüística Pano, están en un área que ha sido entregada en concesión a una empresa maderera y comparten una TCO con otra comunidad.
De su historia étnica se sabe que fueron diezmados por los caucheros a principios de siglo y por los madereros en las últimas dos décadas.
Este pueblo agoniza al mismo ritmo de la selva. Se dice que el mundo de los difuntos Pacahuara convive con el espíritu de cada árbol derribado.
Ese mundo espiritual indígena tiene las características de lo que un día fue la selva: está rodeado por un bosque, que murmulla al son del canto de los pájaros, lleno de voces, flores y colores, y donde sobre los árboles se escuchan las alegres risas de los niños, que arrancan sus frutos, mientras el rumor del río, inmutable, deja escuchar su voz ronca y confusa.
El Movimiento Amazónico, una agrupación ecologista con base indígena asentada en Cobija, asegura que es posible alcanzar esa selva ideal de la que hablan los Pacahuara y que para ello es urgente decretar una pausa ecológica en los departamentos de Pando, Beni y el Norte de La Paz, que permita regular la alarmante deforestación que sufre la región.
Según el representante de la agrupación indígena, Weimar Becerra, en la pausa ecológica los propietarios de unidades productivas deberán presentar a las instancias correspondientes sus planes de explotación y uso de la tierra.
La pausa ecológica, aplicada en otros países de la región, obedece a una política para preservar los recursos forestales. En el caso del Norte Amazónico, según Becerra, se aplicaría en una de las zonas más ricas en biodiversidad y recursos naturales.
CERTIFICACION
Bolivia, a pesar de la tala ilegal, los incendios y el desmonte agrícola, con 1.9 millones de hectáreas es el primer país del mundo con mayor extensión de bosques certificados bajo el sistema Forest Stewardship Council (FSC) y estándares nacionales del Consejo para la Certificación Voluntaria.
Las 1.9 millones de hectáreas certificadas en el país, representan el 38% del área total certificada en el mundo.
Con esos índices, Bolivia se mantiene en el primer lugar a nivel mundial en cuanto a extensión de bosques tropicales certificados se refiere.
Además, según la Cámara Forestal de Bolivia, los bosques "están manejados de manera responsable".
En el mundo existen 24 países que cuentan con bosques tropicales certificados, alcanzando en conjunto una superficie total aproximada de 4.9 millones de hectáreas. Bolivia está a la cabeza de ese bloque de naciones.
ENERO
Pero los Pacahuara están lejos de las cifras oficiales y en el extremo del mapa boliviano, adonde fueron expulsados, andan semidesnudos, pero no tiene frío; duermen en chozas o la intemperie y no se ponen enfermos, pero pasan hambre, por la escasez de alimentos en el bosque, y se consumen de a poco.
Muri es una de las personas sin hogar de su pueblo, para las que enero, el mes de las lluvias, es el peor mes.
Tiene el cuerpo encorvado y la piel curtida y en su rostro los surcos de la edad han dejado su huella indeleble. Ella fue también guía de las empresas madereras y cosechadora de castaña, y lo único que tienen es el viejo cuerpo que lleva encima.
Cuando un niño nace, entierra la placenta del recién nacido al pie de un árbol para que éste escuche las penas de los Pacahuara.
(*) Mauricio Carrasco Ayala es periodista
[Ukhamawa: Red de Noticias Indigenas]
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