04 junio 2006

¡CRECE! LA GRAN MURALLA... GRINGA

Por: Cristina Callejas C.
Tomado de: CROMOS
N° 4605 - Junio 4 de 2006
Fotos Efe y Reuters




Las cifras son contundentes: 12 millones de indocumentados han ingresado ilegalmente a Estados Unidos. Un millón setecientos mil son colombianos. La otra verdad: un muro infinito de cinco metros de altura no detendrá al trafico de personas que creen entrar al "paraíso". Hablamos con dos mujeres que lograron colarse por "el hueco".



"LAS PERRERAS" son llamadas las patrullas fronterizas estadounidenses que se movilizan en motos, en busca de inmigrantes latinos.

Tania Rodríguez y su esposo habían hecho todo lo posible para vivir con menos del salario mínimo y criar a sus tres hijas en Barranquilla. No hubo manera de tenerlas en el colegio, ni de que vivieran mejor, las deudas los siguieron ahogando y entonces, en el año 2000, tomaron la decisión de irse para Estados Unidos.

A Juan le dieron la visa y se instaló en el sureste, a Tania no. Desde ese momento la vida de esta mujer de 35 años se convirtió en una pesadilla que la llevó a pasar por "el hueco", la frontera de 3.000 kilómetros entre México y Estados Unidos, por donde se cuela un inmigrante ilegal cada minuto.

Y aunque es muy difícil de establecer con exactitud, el Pew Hispanic Center, organismo que estudia la influencia de los hispanos en Estados Unidos, calcula que en ese país hay cerca de 12 millones de indocumentados, de los cuales alrededor de un millón setecientos mil son colombianos, es decir, el 14 por ciento.

Estas cifras y el pánico frente al terrorismo, pusieron en alerta al Congreso norteamericano que aprobó, hace tres semanas, la construcción de un muro que los aislará de México. Sería el segundo más grande del mundo, después de la Gran Muralla China, porque sólo cubriría 555 kilómetros, dejando 2.645 kilómetros más sin muro.

Sin embargo, en diciembre del 2005 la Cámara de Representantes ya había autorizado construir una pared del doble de largo (1.100 km). Todavía no está claro el número de kilómetros. Lo que sí es seguro es que será una pared doble, de cinco metros de altura, coronada con alambre de púas y concertinas de acero.

La obra terminaría de construirse en 10 años con un costo de un millón de dólares por cada kilómetro... incluye sensores para detectar movimiento, alarmas, torres de iluminación y unos 12.000 hombres patrullando en camionetas y helicópteros.

Mientras tanto, a la frontera siguen llegando centroamericanos y cada vez más colombianos que, como Tania, se endeudan para reunir los 3.000 dólares que cobran los 'coyotes' por pasarlos al otro lado: "Si eres colombiana pagas 1.000 más", le dijeron a Tania cuando llegó a San Luis Potosí. Este es el comienzo de una de las rutas de la muerte que llegan hasta Matehuala y La Laguna, cerca de la frontera.

En ese sitio esperó Tania durante quince días hasta que se dio cuenta de que el 'coyote' (traficante de indocumentados) quería dejarla viviendo con él y le pidió que le devolviera su dinero, él le dio sólo 1.500 dólares.

Con el dinero escondido entre la ropa, viajó 15 horas más hasta Monterrey y se unió a un grupo que ya iba a salir. Eran ella y 13 hombres que caminaron por una trocha hasta el río Bravo.

En ese punto la profundidad y la corriente se convierten en la primera trampa mortal: "A un señor que iba agarrado de mí lo empezó a jalar el agua y a mí también me estaba llevando. El 'coyote' me gritó que lo soltara y me tocó soltarlo y ver cómo se lo llevaba el río", relata Tania.

El siguiente obstáculo fueron las alambradas, que pasaron sin mayor problema hasta llegar al desierto. Allí caminaron bajo temperaturas que en verano pueden llegar a 42°C y se empezaron a quedar los primeros. "Ellos no tienen compasión -Tania no puede evitar el impacto que le da hablar de esto-, el que se priva se queda. El que no da plata, se queda. El que se droga y no da más, se queda…". Es precisamente allí, en el desierto de Chihuahua, donde más indocumentados mueren. Según la Patrulla Fronteriza, el año pasado fueron 464 cruces en el camino.

Un territorio que abarca parte de Arizona, Nuevo México, Texas y seis estados mexicanos, en los que no crecen más que cactus y espinosos nopales. Para tomar agua hay que caminar durante cinco horas y beber de pequeños pozos llenos de animales. "Yo tenía que espantar las culebras con un palo para agacharme y beber un poco. A los tres días sentí que ya no podía más, pero veía a los que se iban quedando en el desierto tirados y eso me daba fuerzas para seguir. Al cuarto día el calor y el agotamiento eran insoportables y me dio tanta hambre que me comí una lata de jalapeños. No me supo a nada. Cuando llegué acá, mi estómago no servía, lo tenía hecho llagas", dice Tania y cuenta que muchos de los que se arriesgan a hacer este trayecto se drogan para aguantar las jornadas. A ella le ofrecieron, pero no quiso, era tanto el miedo de que la violaran o de que la dejaran morir que le tuvo que pagar más al 'coyote' para que la protegiera.

Fueron cinco días y cinco noches en los que la barranquillera no durmió. Escapó de las 'perreras', policías en moto; los helicópteros y los agentes de Inmigración. "Cuando ya no teníamos para dónde más correr, me tocó tirarme de un puente y se me descompuso la pierna", dice y cuenta que a San Antonio lograron llegar sólo cuatro, el resto de indocumentados murieron, se perdieron o los agarró la 'migra'.

En la noche los guardias vigilan con cámaras infrarrojas que detectan a los intrusos escondidos en las orillas del río.

"Finalmente -cuenta hoy en la tranquilidad de su hogar- me encontré con mi esposo. Yo parecía una culebra despellejándose… las uñas se me llenaron de materia y se me cayeron, estaba en los huesos y tenía hasta el pelo quemado por completo. De eso han pasado seis años y todavía recuerdo todo y me da escalofrío. Ahora estoy limpiando casas y me gano 80 dólares por día, pero he trabajado hasta en construcción".

Los críticos del muro creen que no detendrá la entrada de gente al país, al contrario, están convencidos de que sólo hará que los traficantes encuentren nuevos métodos para filtrar indocumentados.

Otra de las rutas más usadas es por Tijuana, donde además se mueven los carteles de la droga mexicanos. Por allí entró, en 1983 y con una facilidad sorprendente, Paula Moreno, una paisa de 45 años. En esa época las visas para México las daban en Manizales y Paula dice, antes que nada, que eso fue muy sencillo, "desde Tijuana pasé con 10 personas más. Sólo tuvimos que esperar agazapados en un cerro a que cayera la noche y correr lo más rápido que pudiéramos. Allí hay tanta gente cruzando que parecen hormigas. Esa vez pasé como en tres o cuatro horas. Lo peligroso es que lo atropellen a uno, porque hay una calle muy transitada al otro lado. De todas formas -explica Paula- los carros paran para que uno pase". Como en toda la frontera, la Policía sabe a qué hora se cuelan más inmigrantes, pero mientras cogen a dos o tres, se meten 20 más.

A Paula el 'coyote' la agarró de la mano y corrió hasta el otro lado, cuando estuvo a salvo la llevaron a Los Ángeles y de allí en avión, sin presentar papeles, hasta Nueva York. "Me pareció tan fácil que salí y volví a entrar en el 85, pero lo hice por Bronswille y crucé por el río Bravo en un neumático, a plena luz del día. Los campesinos mexicanos saben a qué va uno pero no dicen nada. Y a los 'coyotes'… pues no les importa, ellos dicen que entran cuando quieren", sin embargo, ella sabe que ahora la situación está peor: "La policía tiene funciones de agente de Inmigración y hacen redadas hasta en los supermercados. Yo pasé en otra época, ahora es muy difícil. Sabiendo la situación en la frontera no vale la pena arriesgar la vida y todo por nada… por un sueño".

Detrás de la quimera fueron 4.639 colombianos los deportados el año pasado y, en lo que va corrido del 2006, van 2.133 casos. Según los cálculos de la senadora Alexandra Moreno Piraquive, del Movimiento Cristiano Independiente (MIRA), que ha seguido muy de cerca el fenómeno, los colombianos indocumentados en Estados Unidos se acercan al millón 700 mil.

Incluso el país del norte está perdiendo dinero. Según las cifras de un estudio publicado por el Instituto para el Estudio de la Migración Internacional, de la Universidad de Georgetown, en 1996 la patrulla fronteriza gastó en promedio cuatro horas de trabajo por cada detención. En 2002, las detenciones sumaron 800.000, pero exigieron un promedio de 9,4 horas de trabajo por captura. El reforzamiento de la seguridad en San Diego, El Paso y otros cruces populares desvió las rutas migratorias a lugares más rurales.

Y como aumentó la extensión de terreno para vigilar, el gobierno tomó medidas drásticas. Ya llegaron mil soldados a reforzar la seguridad de la frontera. Los hombres de la Guardia Nacional son los únicos con permiso para disparar dentro del territorio estadounidense. De este mismo grupo hay 71.000 efectivos en Iraq, sólo que en la frontera con México su blanco son los "espaldas mojadas" que arriesgan todo por vivir en Norteamérica.

Tania se salvó pero sus heridas no sanan. "Lo único que espero es una amnistía para poder traer a mis hijas, ese es mi sueño. Uno no está aquí porque quiere, sino por necesidad. Nadie va a querer estar lejos de su familia y sufriendo… yo estoy sufriendo. Se me murieron mi mamá y mi hermano y no los pude ver. Allá la gente no sabe las humillaciones que uno aguanta aquí. Nunca volveré a ser la misma".




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