10 junio 2007

En torno a la no renovación de la concesión a RCTV

o ¿Chávez contra la pared?...
“Estamos, pues, condenados, nosotros ciudadanos de los países libres y privilegiados del planeta a que las tetas y culos de los famosos y sus ‘bellaquerías’ gongorinas sigan siendo nuestro alimento cotidiano”
Mario Vargas Llosa
Por: Fernando Sánchez Cuadros
(especial para ARGENPRESS.info)
Fecha publicación: 08/06/2007
Opinión - Venezuela


Es muy curioso que a Chávez se la haya acusado de injerencia en asuntos externos cuando se “metió” en las elecciones bolivianas, ecuatorianas, peruanas y mexicanas por opinar sobre los candidatos, pero ahora que los congresos brasileño, chileno y español “opinan” sobre una decisión política-administrativa perfectamente compatible con el marco legal vigente en Venezuela no se les observa injerencia, sino que por el contrario, se acusa a Chávez de atacarlos por exigir respecto a la soberanía venezolana. Aquello de la preservación de la democracia como una responsabilidad compartida entre los gobiernos de la región, elevada a rango de condición para la membresía en la OEA suena a pretexto cuando no a estratagema, porque es usado con un sesgo que no se esfuerzan en absoluto por disimular: todo y todos contra Chávez, parece una actitud tan legítima como ilegítimo el derecho de réplica del presidente bolivariano. Eso es manipulación pura, simple y vulgar, que cuenta con el aval de los gobiernos derechistas y el impulso de los medios de comunicación corporativizados.

Se calla con gran celo información que demuestra que ese tipo de medida ha sido ya emprendida en países llamados civilizados y democráticos. No es para nada casual que la FAES, la escuelita nocturna de la derecha española para la derecha de las colonias (que aspira a reconquistar sin disimulo ni sutilezas, como demuestra la conducta de las nuevas carabelas transnacionales: Telefónica, Endesa y Repsol, entre otras) sea una de las más conspicuas promotoras de la sedición contra los gobiernos latinoamericanos incómodos, digamos, para los intereses que representa. Veamos los datos aportados por el periodista Raúl Zibechi:
“El periodista español David Carracedo acaba de publicar un exhaustivo informe en el que muestra que en los últimos años 293 medios de todo el mundo sufrieron clausura, revocación o no renovación de sus licencias: 77 emisoras de televisión y 159 radios en 21 países. Sólo en Colombia, 76 radios comunitarias fueron clausuradas. En marzo de este año TeleAsturias (España) vio revocada su onda de transmisión por motivos técnicos. El informe no incluye la clausura de Radio Panamericana de Uruguay, por lo que vale la pena recordar el mayor atentado contra la libertad de expresión desde el retorno del régimen electoral en 1985.

El 26 de agosto de 1994 una resolución del gobierno presidido por Luis Alberto Lacalle clausuró por 48 horas las radios Panamericana y Centenario por haber transmitido los sucesos del Hospital Filtro del 24 de agosto. Ese día se produjo una concentración contra la extradición de varios ciudadanos vascos detenidos en ese hospital acusados de pertenecer a ETA. El intento de los manifestantes por impedir la extradición provocó una fuerte carga policial que se saldó con un muerto y decenas de heridos, algunos graves. El mismo día que se decretaban las clausuras temporales, otra resolución revocaba la autorización otorgada a Panamericana.”

¿Dónde estuvieron la SIP, la OEA, la CIDH-ONU, las llamadas “instituciones democráticas de la modernidad” o los senadores chilenos y los congresos brasileño y español para protestar, denunciar, denostar, amenazar, llamar al levantamiento y al golpe contra esos gobiernos que atentaron contra la libertad de expresión? En los más de esos casos en los que la SIP se negó a pronunciarse o salió con una componenda se trató de clausura (esas sí) de medios de izquierda o progresistas, lo que evidencia el repugnante doble rasero que deviene de la típica doble moral de las derechas y de la reacción en general. Hay casos de auténtica sanción política que no pasó por el tamiz del trámite administrativo. Como en el caso de la clausura de la emisora TeleAsturias, sobran los “razonamientos” para encontrar justificado acabar con ese “peligro para la democracia”.

Lula debió haber llamado al orden a sus congresistas por andar opinando sobre decisiones soberanas de otros gobiernos. En todo caso, su señalamiento de que cada presidente se ocupa de su propio país es una forma de indicar a su Congreso cuáles son sus prioridades y qué terrenos no le corresponden. Pero esta interpretación no es “explotada” por los medios de comunicación. A lo mejor los émulos de RCTV quisieran que la confrontación Lula-Chávez escalara, como otros han escalado conflictos con el gobierno venezolano como interpósitas personas de poderes globales. Tanto es así que el mismísimo redentor (de Alan García) Mario Vargas Llosa en su piedra (de toque) del domingo 3 de junio no fustiga al “dictador tropical” Hugo Chávez, como hubiera sido de esperarse (especialmente después de haber apadrinado el nuevo bodrio de su vástago: El regreso del idiota, escrito con otros dos idiotas neoliberales), sino que se refiere a la debacle moral de la “civilización del espectáculo” protagonizada por un periodismo que habiendo ganado derecho de ciudadanía y sido legitimado por los valores democráticos, se ha perdido en “deriva perversa” de la frivolidad, la banalidad y la estupidización acelerada de la sociedad (Ver La civilización del espectáculo) Por algo ha de ser.

La descripción del problema por Vargas Llosa es exacta, mas no así su diagnóstico de las causas y menos aún su tan patética como conservadora conclusión: “Estamos, pues, condenados, nosotros ciudadanos de los países libres y privilegiados del planeta a que las tetas y culos de los famosos y sus ‘bellaquerías’ gongorinas sigan siendo nuestro alimento cotidiano”. Precisamente para escapar de esa trampa organizada con alevosía, soberbia y desprecio por las clases dominantes y poner fin a un ejercicio absolutamente nefasto de la libertad de expresión y de prensa es que a las corporaciones mediáticas que detentan la concesión para administrar medios y los usan para envilecer y manipular a los pueblos no se les debería renovar concesión alguna para operar medios de comunicación. La integridad periodística de los medios está cayendo por la pendiente muy empinada de los intereses de sus propietarios que ante la crisis de los partidos políticos y su pérdida de legitimidad han optado por sustituirlos en sus funciones como opositores. Los medios están para informar, no para convertirse en catapultas de los intereses de sus propietarios y sus socios, menos pervirtiendo la función periodística: informar no manipular. Por lo menos no con la legitimación de la concesión para utilizar espacios públicos.

Según Vargas Llosa el problema es cultural. Además de enredarse en razonamientos circulares (“Por otra parte la prensa seria no se atreve a condenar abiertamente las prácticas repelentes e inmorales del periodismo de cloaca porque teme -no sin razón- que cualquier iniciativa que tome vaya en desmedro de la libertad de prensa y el derecho de crítica”), reduce el problema a excesos en el ejercicio de la libertad y la confusión de valores en la “civilización del espectáculo” donde “la apariencia ha sustituido a la sustancia en la apreciación pública”. En realidad el problema no es la libertad, sino la falta de compromiso ético, incompatible con la codicia exacerbada por la desregulación que ha hecho de la libre empresa una estratagema, tanto de los propietarios y de los comunicadores, como del Estado para velar por la salud pública y el sano ejercicio de la libertad de expresión. La degradación de la cultura es el resultado no de desvaríos o distorsión en los valores, sino de la imposición del culto al poder que se sustenta en el dinero, venerado por liberales y conservadores. ¿Quién distorsiona y estupidiza y para qué? ¿El periodismo execrable? Este es, en todo caso, un medio de unos capitalistas deseosos de preservar privilegios y que requieren de consumidores compulsivos cuyas preferencias y deseos sean moldeados por la poderosa arma psicosocial de la mercadotecnia. ¿Podría, acaso, sobrevivir la sociedad de mercado sin ella? La cultura mediatizada conduce a que tanto derecha como izquierda se definan en el centro, porque los extremos no son divertidos, lo light es más fácil de digerir y, en su equivalencia, no requiere de mucho pensar. Esta es la cultura de idiotas y obnubilados, frívolos e indolentes, que se presentan a sí mismos como pragmáticos, ansiosos de tener (lo que sea) que promueve el capitalismo actual. Aun cuando gane algunas batallas (electorales) esa degradación condena al capitalismo a una crisis civilizacional, pero al mismo tiempo la necesita para sobrevivir en el corto plazo a la contradicción entre la necesidad de crecientes mercados y su tendencia a depredarlos destruyendo empleos y sobreexplotando la fuerza de trabajo, tendencias intrínsecas al acelerado cambio tecnológico al que recurre para mantener la productividad en una búsqueda desesperada de competitividad.

En esa perspectiva la no renovación de la concesión a RCTV no sólo es perfectamente legal, sino que es justa y necesaria. Es fundamental no perder de vista la enmienda de plana que la Corte Suprema de México acaba de hacer al Congreso que en plena campaña electoral aprobó una ley para complacencia de los propietarios de Televisa y TV Azteca, que caben perfectamente en el perfil de RCTV y la mediocracia mediocre que describe Vargas Llosa. Gracias a esa “ley” los medios fueron el puntal en la agresiva campaña contra López Obrador, el “Chávez mexicano”, según ellos, que se enfilaba según las encuestas al triunfo electoral. No ha faltado el despistado que ha pretendido descubrir el hilo negro explicando que ante la crisis de los partidos, los medios han tomado su lugar en la organización de la oposición (entre otros de los que esgrimen estos “argumentos” brilla el ex guerrillero devenido en Ministro de Economía de un gobierno neoliberal y de derecha y hoy activista del antichavismo de “izquierda”). A confesión de parte, relevo de pruebas.

Por: Fernando Sánchez Cuadros

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