En poco tiempo, el cambio de administración en los Estados Unidos comenzó a mostrar sus intenciones de corto, mediano y largo plazo. Las expectativas en el primer “presidente negro”, en la llegada de políticas menos agresivas de la mano del Partido Demócrata, se resquebrajan ante los hechos concretos.
Por: Darío Amador
27 de Febrero de 2009
Los verdugos teóricos del imperialismo intentaron justificar su abandono de la lucha antiimperialista a partir de la supuesta desaparición espontánea del enemigo –el propio imperialismo-; otros vaticinaron la desaparición natural del capitalismo con todo lo que ello significaría de ser cierto: la transformación de la economía mundial en camino hacia el paradigma que dicen defender –el socialismo- pero por el que no están dispuestos a combatir.
Rendición incondicional y cobardía en un mismo envase. Sólo a los trasnochados o a los moralmente vencidos se les podría ocurrir que el capitalismo podría desaparecer sin más, que los capitalistas caerían por su propio peso, y que el socialismo entraría triunfante en la historia de la humanidad como sistema hegemónico por el sólo efecto del fallecimiento por muerte natural de su predecesor.
Inteligencia económica: ¿por qué, para qué?
¿Por qué la nueva administración norteamericana pide a la CIA informes de lo que llama “inteligencia económica”?
El capitalismo atraviesa una de las más grandes crisis cíclicas que caracterizaron su existencia desde su aparición. Si es la mayor de su historia o no, es algo que se verificará con el tiempo.
Sin embargo, es un error suponer que esa catástrofe anunciada es el fin del mundo capitalista, ya que la inexistencia de otro paradigma instalado como modelo de sociedad, por caso el socialismo, no implica la desaparición ni la caída del sistema de explotación hegemónico, sino una agudización de esa contradicción flagrante que contiene la esencia misma del capitalismo en tanto sistema explotador del hombre por el hombre: la lucha de clases.
Esa lucha entre sectores dominantes contra dominados que se manifiesta de diversas formas al interior de cada sociedad nacional o regional, de acuerdo al grado de desarrollo de cada país o región, mantiene como hasta ahora su correlato entre las naciones desarrolladas –ricas- y las subdesarrolladas –pobres-.
De allí que los costos de la actual crisis del capitalismo habrán de ser pagados por los mismos que las pagaron siempre: los explotados y los pobres, tanto en términos de naciones en la comunidad internacional, como de clases y sectores sociales en términos de comunidades nacionales.
Ese panorama, que anuncia un aumento de los índices de explotación y confrontación a escala mundial, permite avizorar un futuro inmediato de luchas crecientes de distinto tipo, caracterizadas entre otras cosas, por el carácter hegemónico del capitalismo como poder unipolar y altos niveles de resistencia popular.
En pocas palabras: no cambiará la distribución de las fuerzas ni su correlación en lo inmediato, sino el grado de disputa entre opresores y oprimidos en todos los órdenes.
Precisamente de la capacidad de los oprimidos para enfrentar al capitalismo y al imperialismo en tanto fase superior del primero, dependerá la modificación de aquella correlación de fuerzas y el surgimiento de enfrentamientos más fuertes entre unos y otros contendientes irreconciliables.
Tomando como punto de partida las premisas señaladas, podemos afirmar que los factores objetivos para el comienzo de una nueva era de acumulación por parte de los explotados del mundo están presentes en la realidad actual.
Esto de ninguna manera quiere decir que nos encontremos ante una “situación pre revolucionaria” y mucho menos “revolucionaria” en Argentina ni en el mundo. En realidad, quienes lanzan estas hipótesis descabelladas sólo encubren sus maniobras en el marco del sistema demoliberal capitalista con fraseología supuestamente revolucionaria. En realidad, la debacle económica capitalista supone también una estrategia del sistema dominante para revertir la situación, y esa estrategia pasa por cambios en las prioridades y en los métodos del imperialismo.
Si la “guerra contra el terrorismo” fue el camino elegido por la administración anterior del Estado capitalista más fuerte del mundo desde el punto de vista militar -los Estados Unidos-, la implosión de la burbuja financiera mundial obligó a una modificación en la estrategia de acumulación de poder capitalista.
Osama Bin Laden fue un recurso para instalar una política que ya no es útil para el capitalismo. Osama ya no es necesario, ahora les hace falta Obama.
La lucha por los recursos naturales ya no se limita a la ocupación de espacios físicos, de países y regiones. Esa sigue siendo una parte central de la cuestión, pero los fracasos sobre el terreno llevaron al imperialismo –representado en este caso por la administración Obama- a complementar la estrategia imperial con un estudio menos simplista de la realidad, que la que impulsaron los republicanos yanquis.
Y esos estudios determinaron la necesidad de una política más agresiva que la anterior. Sutilezas y brutalidades en política exterior forman parte de la nueva estrategia. Ocupación de países enteros, división de otros, cooptación de algunos, golpes de estado, represiones de dimensiones colosales, enfrentamientos abiertos y encubiertos según les sea más conveniente, forman parte de esa nueva política del garrote y la zanahoria que empieza a aplicarse desde los Estados Unidos.
La reciente publicación del informe sobre Inteligencia Económica en el Washington Post, que provocó el ofuscamiento aparente del gobierno argentino, no implica sólo un intento de desestabilización de los gobiernos de Chávez, Correa y Fernández de Kirchner.
También involucra a Rusia y China. Pero esos son únicamente los datos que dejaron trascender la CIA y sus jefes políticos. La otra información, la información “operativa” que implica qué hacer ante los panoramas descriptos por el informe, no fue ni será publicada. En todo caso, lo que se hizo saber fue la intención yanqui de intervenir de manera distinta en la política mundial, habida cuenta de los fracasos acumulados en los últimos años.
Están llegando a su fin los tiempos “democráticos” que caracterizaron la etapa inmediatamente posterior a la desaparición del llamado “campo socialista”. Podemos decir que recién ahora termina la “guerra fría”.
Pero, ¿qué es lo que determina ese cambio?
La necesidad de pagar los costos de la crisis lleva al capitalismo a estrujar aún más a las clases trabajadoras, a reducirlas en número y en condiciones de vida, a aplacar militarmente los intentos de rebelión que comenzaron a manifestarse no solo en los países subdesarrollados sino incluso en el propio corazón del sistema, en las naciones económicamente poderosas.
Francia hace dos años con los ejércitos de marginados, Grecia hace dos meses con los trabajadores y estudiantes, España con los sindicatos a los que ya les cuesta contener a sus bases ante el desempleo y la reducción de los salarios y derechos adquiridos, la ola incontenible de desocupación creciente en los Estados Unidos, los gobiernos tibiamente antiimperialistas que no resolverán las necesidades acuciantes de sus pueblos salvo que decidan profundizar el enfrentamiento con los opresores –algo improbable al menos en la mayoría de los casos- en América latina, la influencia creciente, económica y política, de Rusia y China en un contexto inestable y caótico, son algunas señales de alerta para el capitalismo. Y éste reacciona.
Tomando como ejemplo lo más cercano, es decir, nuestro país, vale preguntarse cómo es posible que el informe de Inteligencia Económica de la CIA haya sido paralelo a los vaticinios de desastre que publicaron es estos días los principales medios de comunicación masiva en Argentina.
"El gobierno de Cristina Fernández de Kirchner aparece como el más vulnerable en comparación con Chávez, en Venezuela, y Correa, en Ecuador", afirmó Christopher Garman, de la consultora neoyorquina Eurasia Group, al diario La Nación. El analista agregó que esto ocurrirá aún cuando ambos países enfrentarán "desafíos fiscales crecientes a lo largo de 2009 y 2010".
"Por debajo de la fachada de una moneda controlada en Venezuela o la Argentina, o de la dolarización de Ecuador, subyace una crisis fiscal esperando por ocurrir", estimó John Price, director ejecutivo para América latina de la consultora Kroll, quien señaló a la Argentina como "quizás el mayor riesgo de mercado" en la región.
Estos dos párrafos publicados en casi todos los medios argentinos son aún más explícitos que el informe del jefe de la CIA León Panetta a Barack Obama.
Diagnóstico similar, publicación paralela, eje en problemas reales de las administraciones políticas involucradas: es demasiada casualidad para ser casual.
Pero el hecho cierto de la campaña de desestabilización económica y política de algunos gobiernos latinoamericanos no implica que éstos sean enemigos de los intereses de los Estados Unidos: las contradicciones interburguesas fueron siempre una constante en la política regional y los trabajadores y los pueblos de América latina siempre fueron el pato de la boda de esas contiendas en las que en realidad se dirime quién y cómo habrán de explotarlos. Y de reprimirlos en caso de que se rebelen.
Ni Cristina ni “el campo”. Ni demócratas ni republicanos. No hay por qué elegir entre dos disyuntivas igualmente falsas. El capitalismo existe, el imperialismo es su fase superior. La voracidad del capital sigue intacta. La explotación del hombre por el hombre es el rasgo principal de los sistemas económicos y políticos hegemónicos hasta ahora.
El capitalismo se enferma, tose, pero está vivo y nada hace presumir todavía una muerte inminente. Para los que depositaron esperanzas en utopías democráticas liberales y en el tránsito pacífico hacia sociedades justas hay un mensaje claro: Obama no os ama.
Por: Darío Amador
Tomado de:
Nuestras primeras necesidades.
¡VENCEREMOS!
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