Se hace imperativo aproximarse con la verdad a densos sectores de venezolanos y venezolanas que no tienen razón alguna para oponerse al gobierno bolivariano pero lo hacen en cada votación.
Por, Martín Guédez (*)
Venezuela es un país con inmensas posibilidades para que con un mínimo de espíritu evangélico de inclusión y solidaridad se hubiesen alcanzado cotas de bienestar general realmente trascendentes. Sin embargo, el mapa de la pobreza y la exclusión en poco difirió por siglos del resto de los países de América Latina con menos riquezas naturales. El elemento coincidente es el mismo. Crueles asimetrías heredadas de las inconclusas revoluciones independentistas, procesos que apenas obraron como transferentes del poder económico, político y social a las clases oligárquicas criollas que han asfixiado toda posibilidad de verdadero desarrollo, armonía evolutiva y la consecuente justicia social.
Este mapa es evidente en cualquier sector de la economía venezolana. La concentración grosera y brutal de todo el poder económico en unas pocas manos hasta amasar fortunas de escándalo, no sólo no revirtió a favor de los desposeídos en alguna medida sino que se intensificó bajo el modelo económico capitalista neoliberal. Una nueva bestia vino a posicionarse dentro del mapa depredador capitalista: las empresas transnacionales. Sin embargo, si en algún sector de la economía esta contradicción es más dolorosa, este es el sector del campo con el doloroso problema de la tenencia de la tierra. Allí la terrofagia excluye del derecho al trabajo y la vida a millones de campesinos condenados a la miseria y el desamparo añadiendo con ello una nueva ofensa intolerable a todo la población venezolana: la inseguridad alimentaria. Unas cuantas familias oligárquicas no sólo se han apropiado del más preciado bien común sino que lo mantienen ocioso y en el mejor de los casos subutilizado.
La actitud frente a los esfuerzos que el gobierno revolucionario realiza por dotar de tierras a los campesinos, por hacerlas productivas y dotar de soberanía alimentaria a todos, en un país donde el hambre sigue siendo un enemigo brutal, no debería ofrecer dudas ni ambivalencias para un cristiano. Mucho menos debería serlo para quienes se atreven a proclamarse representantes de Cristo. Por fidelidad a los principios proclamados todos deberían respalda con entusiasmo las acciones del gobierno.
Jesús, el Cristo encarnado, al que dicen seguir unos y representar los otros, es fundamentalmente el hombre de los pobres. A ellos dirigió privilegiadamente su misión, entre ellos convivió, para ellos puso los signos de la venida del reino de amor y justicia al mundo. Para todos los seres humanos, pero con predilección para los pobres es su Evangelio (Buena Noticia) ¿Cuál Buena Noticia? La noticia de que todos somos hermanos y que a los hermanos se ayudan, no se explotan ni se asesinan. Desde los pobres y entre los pobres denunció el pecado fundamental y desenmascaró las razones encubridoras de ese pecado: el egoísmo, la ambición y la avaricia, hasta asesinar –como Caín lo hizo con Abel- al prójimo y al “légimo” por su causa. Toda su prédica estuvo impregnada de ese mensaje liberador del egoísmo, la avaricia y la ambición. Por esa prédica entró en conflicto con los poderosos de entonces y fue perseguido hasta la muerte.
Encontrar a estos sectores celosamente católicos defendiendo con pasión digna de los más elevados objetivos éticos y morales el derecho absoluto a la propiedad privada, sin reflexión, sin la menor concesión a la solidaridad, es una intolerable declaración de hipocresía y cinismo en la práctica de la fe. Un farisaísmo desgraciadamente menos culto y más vulgar que aquél que llevó hasta la muerte de cruz a Jesús. Las exigencias de Jesús a sus seguidores es total, tanto en la conversión radical y personalísima al pecado del egoísmo como a la construcción del nuevo reino, incluso con mucha mayor radicalidad con que lo hacen Chávez y el gobierno revolucionario. El episodio del joven rico no puede ser más dramáticamente elocuente. Un joven que todo lo hacía bien es colocado ante la última gran exigencia de Jesús para aceptar su seguimiento: “Anda, vende todo lo que tienes y repártelo entre los pobres…”. El joven, porque tenía mucho dinero, bajó la cabeza y se fue. No fue admitido al seguimiento de Jesús ¿Cuántos podrían hoy cumplir con esta exigencia en su seguimiento a la Revolución? ¿Cómo pueden hoy quienes se conciben a sí mismos como cristianos reivindicar, gritar y hasta luchar por el derecho absoluto de estos ricos epulones y seguir mirándose a un espejo sin que se les caiga la cara de vergüenza? ¿Cómo pueden estar en contra de los actos de justicia que concreta el Gobierno Bolivariano?
No tendrían estos farsantes de la fe que profundizar mucho si quisiesen abrevar en la fuente original del proyecto humano y social de Jesús y los cristianos. ¡Nada de profundos estudios teológicos o cristológicos! Sólo una pasadita por Hechos de los Apóstoles (Hc. 5, 32ss), vayan allí y vean, porque allí encontrarán la sociedad que quería Jesús y la que demanda de sus seguidores. Allí encontrarán un grupo humano viviendo conforme a esos principios. Sólo tendrían que cotejar y comparar actitudes. Si lo que se hace hoy no les gusta, les da nauseas y les repugna, ¿cómo pueden tolerar las exigencias que aquel Jesús le demandó a la sociedad de hermanos allí presentada? Si les horroriza que un terrateniente con 185 mil hectáreas (espacio mayor al Estado Vargas), pueda ser “tocado” ni con el pétalo de una rosa en beneficio de miles de familias campesinas desposeídas, ¿cómo pueden aceptar esto y llamarse cristianos?
Veamos y juzguen ustedes: “La multitud de los fieles tenía un solo corazón y una sola alma. Nadie consideraba suyo lo que poseía sino que todo lo tenían en común…. No había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que tenían campos o casas las vendían y ponían el dinero a los pies de los apóstoles, quienes repartían a cada quien según sus necesidades” ¡Admirable el paralelismo que guarda la última frase con la propuesta de Lenin!: “A cada quien según sus necesidades, de cada quien según sus posibilidades” ¡Pero…¡bendito sea Dios!... ¡cómo les horroriza el comunismo! ¡Farsantes! ¡Fariseos hipócritas, que dicen amar a un Dios que no ven mientras desprecian al hermano –imagen del Dios en el que dicen creer- que tienen a su lado!
Yo creo que mucha de esta gente debe ser ayudada a recapacitar y desprenderse de la trampa ética en la que está sumergida a causa de la manipulación psicológica de los amos del poder económico. Al menos estamos llamados a realizar este esfuerzo por amor y solidaridad con unos hermanos y hermanas que sabemos fatalmente prisioneros de la droga que les proporcionan medios de difusión, fariseos y bandidos controladores de la “fábrica de la conformidad” Tenemos que negarnos a la posibilidad de que es más fuerte el odio que el amor. El amor –si somos capaces de poseerlo- tiene una fuerza de contagio infinitamente superior al odio o el miedo.
(*) Red de Información Alternativa, Simón Bolívar
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