Compartir sin perder. Aumentar al dar. Afirmarse al recibirAlgo sobre los valores imprescindibles para construir la Venezuela comunal.
Por Martín GuédezA riesgo de parecer ridículo -como decía el Che- la comunidad socialista se la juega en el amor. Cuantos ensayos socialistas han fracasado lo han hecho en el amor, y habríamos de admitir que hemos fracaso siempre a todo lo largo de la historia o no estaríamos donde estamos. La usurpación del poder popular comunitario por el partido (como por ejemplo, lo que se dio en la antigua URSS), el cristianismo a partir del siglo IV, o las desviaciones socialistas reformistas, han sido eso: un contundente fracaso en el amor. Tanto el Capitalismo de Estado -que nunca socialismo- como las morisquetas de socialismo con contenido capitalista han sido eso, una incapacidad manifiesta por mantener la tensión del amor a todo y a todos. El socialismo verdadero es amor y la mejor y única forma de manifestarlo es renunciando a ser explotador de los hermanos. El socialismo es amor a la madre naturaleza, es amor a la vida, es amor al prójimo, es amor y punto, o no es socialismo llámese como se llame.
El amor es una fuerza irresistible cuando es verdadero. El amor se dirige a la persona pero también a la comunidad. Una comunidad que es más que una suma de personas, que es un tejido de amores que se reúnen en función del bien común. El amor comunitario es siempre constructivo para todos porque no excluye a nadie y los contiene a todos, especialmente a los más necesitados.
La existencia humana es necesariamente comunitaria. El capitalismo contiene en sus entrañas un veneno absolutamente inhumano; todos los bienes que el trabajo humano genera son fruto del esfuerzo social en tanto que la apropiación de ese esfuerzo es privado. Esa contradicción insoluble del capitalismo jamás podrá ser superada por el sistema. No existe forma de que exista un capitalismo con rostro humano o un capitalismo humanista. La fórmula esencial del capitalismo provoca, promueve y estimula fatalmente el egoísmo. La cultura capitalista es destructora del sentir comunitario, aún el obrero o el campesino son forzados a competir entre ellos como una vía para encontrar un valor escasamente justo por su trabajo convertido en mercancía. El capitalista jamás podrá amar al que explota, ni interesarse por su vida salvo para mantenerlo apto para su explotación igual que se hace cuando se guarda, se limpia o se engrasa una herramienta.
El capitalismo sustituye la comunidad por instituciones formadas por consumidores y productores que homogeneizan sin comunidad lo que deriva necesariamente en la frustración social. La nación misma -la patria tan falsamente invocada por el capitalismo- no pasa de ser una entidad política donde la economía convierte a los trabajadores en una agrupación de miserables competidores por la producción y el consumo. La patria es invocada cuando se requiere que el explotado salga a luchar por los intereses del capitalista. La calidad de vida humana y sus relaciones están determinadas por el dinero. Algunas expresiones de solidaridad y amor colectivos aún podemos encontrarlas entre los pobres -en los barrios o los pueblos de campesinos- precisamente porque no tienen dinero y de esa forma salvan los valores comunitarios. Sólo entre los pobres el veneno capitalista del egoismo no alcanza a borrar totalmente el espíritu de comunidad. De allí que sean nuestras comunas los semilleros para construir el socialismo colectivo. De allí también que no podamos descuidar esta idea clave a riesgo de repetir errores y perder de nuevo este intento que hoy tratamos de construir en nuestra Venezuela y nuestro mundo.
A lo largo de la historia humana desde la aparición de la agricultura, la ganadería y con ellas la propiedad privada el lazo fundamental de unión comunitaria lo constituyó el lazo de la sangre. El capitalismo también se encargó de debilitarlo hasta hacerlo casi desaparecer en nuestros días. Si alguna institución humana ha sido castigada por el capitalismo con mayor saña, esa ha sido la familia. Nada o casi nada queda de aquella familia extendida garante de la transmisión de los valores humanos más simples y profundos. Nada o casi nada queda de aquella familia que cuidaba de todos sus miembros y transmitía valores tan firmes como para que no en vano, la gente pudiera identificarse como un "Martínez", o un "Hernández", etc., y además fuera absolutamente cierto. Nada o casi nada queda de ella porque su conformación era un obstáculo para la producción capitalista que exige la "libertad" del ser humano para ser explotado sin limitaciones ni barreras. La familia no tiene ninguna importancia para el capitalismo que necesita al ser humano convertido en productor y consumidor libre de inconvenientes, aún del "inconveniente" de la atención a los hijos. Basta ver como hoy existe una enorme proporción de casos en los cuales la familia se compone por la madre y los hijos, o por familias nucleares que apenas comparten en la noche un techo y no se ven en el día. Basta ver también como la mujer es subestimada y subvalorada por el empresario precisamente porque su vocación la hace ocuparse demasiado de la familia y los hijos haciéndola "poco confiable" porque será capaz de pedir permiso y no ir a su trabajo temprano si un hijo se le enferma o si tiene una cita en el colegio donde estudia.
Compatriotas: sin nada de familia es imposible la transmisión de los valores humanos más necesarios para la vida comunitaria. La persona se transforma en consumidora y productora -lo uno para lo otro- fatalmente cerrada en ese mundo absolutamente inhumano. La sociedad capitalista no se interesa (incluso no tolera) por la comunidad porque sólo le interesan los consumidores. Véase como a través de la publicidad se destrozan los valores familiares en aras de convertir a las personas en meros consumidores, sólo que los consumidores no forman comunidad; la gente que compra en un mismo automercado y utiliza el mismo jabón para lavar o el mismo shampoo no forman comunidad, incluso la gente que vive en un mismo edificio, no hay sino que ver la actitud de las personas cuando coinciden en un ascensor: ¡ni se miran!. Del mismo modo que -por más que se empeñen con su propaganda- la gente que trabaja para un mismo patrón o una empresa tampoco forman una "familia".
Los Consejos Comunales, forma político-administrativa que a mí me gusta más llamar Comunas, tienen que construirse hilando el amor hasta hacerlo tejido solidario, familiar, identificativo del bien colectivo, hasta convertir la comunidad en una gran familia extendida. Todo el que se haya preocupado por formar comunidades sabe que esto, aunque natural al ser humano, dada la perversión cultural capitalista, es muy difícil. Todo en la sociedad capitalista lleva a separar y disolver los lazos de solidaridad porque le son ajenos, todo en el ser humano es naturalmente social; sin embargo, es muy importante reconocer que la primera miseria, el primer frío, la primera vez que se tiene hambre y la primera necesidad que se siente es la propia. Esto hace que el amor al prójimo, el quehacer colectivo deba cimentarse y construirse en la tensión de los valores espirituales superiores. El capitalismo los destensa, los coloca en un orden apariencial sin valor absoluto. El capitalismo atiende con diligencia esos instintos más primarios, estimula en las personas la búsqueda de satisfacciones propias sin que importen la de los otros.
Otra dificultad que tendremos es la de hallar personas que estén dispuestas a asumir la responsabilidad colectiva desde el ejemplo manteniendo unidas las comunidades. Debemos saber que no será fácil hallar esas personas capaces de insertarse en cuerpo y alma en las comunas. Muchos mantendrán el modelo de liderazgo creado por el capitalismo. Se convertirán en jefes y se rodearán de mayordomos que les estén plegados con devoción porque él les ofrecerá protección y figuración en la comuna; en otras palabras, tendremos el mismo modelo repitiéndose en sus esencias. Eso lo estamos viendo con insoportable frecuencia: gente que se desgañita proclamando su condición socialista pero cada día ascienden más en poder y dinero. Personas que incluso se van convirtiendo inexorablemente en censores y jueces de los demás abusando del poder que han ido acumulando, Torquemadas del Siglo XXI bien lejos del socialismo del mismo siglo. Hay que eliminar la tendencia al cacicazgo y la conformación de núcleos de poder para el propio beneficio y no para el bien y la unidad de todos con especial atención a los más débiles.
Cuando se disponga de estos apóstoles revolucionarios verdaderos, es necesario que ellos multipliquen en la comuna las acciones de bondad, de solidaridad y gracia porque serán verdaderas joyas para la emulación del colectivo. Se necesitarán misioneros con virtudes heroicas capaces de actuar transmitiendo el amor, alentando el amor comunitario casi en silencio, permitiendo que el amor fluya sin ocupar espacios. El socialismo no puede existir sin los Consejos, no puede avanzar sin las comunas. El capítulo 18 de San Mateo resume claramente esta virtud imprescindible de la comuna socialista. No tiene desperdicio este capítulo del Evangelio de San Mateo y algunas de estas ideas las podemos encontrar en el siguiente fragmento:
"Tengan cuidado de despreciar a alguno de estos pequeños, pues les digo que sus ángeles en el Cielo, contemplan sin cesar la cara de mi Padre que está en los cielos. Porque el Hijo del Hombre ha venido a salvar lo pérdido. ¿Qué les parece Si un hombre tiene cien ovejas y una de ellas se extravía ¿no deja las noventa y nueve y parte a buscar la extraviada? Y yo les digo que, cuando por fin la encuentra, se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se extraviaron"
(Mt18 10-13)
¿Puede una comuna ser reflejo y célula de ese mundo nuevo si olvida al más pequeño?, ¿podría soportar en su ceno la existencia del niño sin padre, de la madre sin trabajo, de la anciana abandonada sin falsificar su naturaleza? En las comunidades se producen naturalmente diferencias entre sus miembros, algunos tienen más talento que otros o mejor disposición para el trabajo y por tanto se van haciendo más importantes en el grupo, lo que es socialista no es la igualación forzada entre los miembros sino la inversión de la escala de modo que el más fuerte reciba del conjunto menos porque menos necesita y en cambio el más débil reciba la atención de todos precisamente porque es naturalmente débil.
El gran obstáculo para el desarrollo de nuestras comunas surgirá de la ampliación de esas diferencias. Al hacerse el fuerte más fuerte irá tendiendo una barrera intraspasable para el débil. La comuna debe construirse sobre una justicia que no es la del mundo capitalista sino la del humanismo más puro. Una comuna siempre abierta, no encerrada sobre sí misma, abierta no sólo a la práctica del amor dentro del grupo sino abierta a todas las demás comunidades en su conjunto. Una comunidad que contagie sus logros hacia todas las comunidades hermanas. Una comunidad capaz de comunicar sus logros, sus señales culturales, sus costumbres, su estilo de convivencia, incluidas sus manifestaciones culturales y su propia historia. Lo que debe identificar a la comuna socialista es su capacidad para liberarse de las señales que la separen de las otras. Comunicar y compartir sin perder. Aumentar al dar. Afirmarse al recibir. Esa debe ser la característica de la comuna socialista.
Por Martín Guédez
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