Por: José M. Ameliach N.Existen en Venezuela muchos individuos que al no más despertar piensan en la cantidad de fechorías que van a realizar en el día, sin importarles en lo más mínimo los daños que ocasionen a sus víctimas; esos sujetos son los llamados delincuentes comunes y delincuentes de cuello blanco. Estos últimos facinerosos, los delincuentes de cuello blanco, por poseer una más amplia cultura tratan de protegerse mejor y entonces buscan ampararse dentro de un determinado círculo social; y de allí pasan al sector político desplazando poco a poco a las personas dignas y poseedoras de sensibilidad humana.
Ahora bien, al actuar estos bandoleros en la esfera política tienen la gran oportunidad de preparar, técnica, económica y socialmente a sus bandas hamponiles con el fin de infiltrar con sus integrantes a las diferentes instituciones sociales. De manera, pues, que hoy los delincuentes políticos organizan a sus cómplices para llevarlos a formar parte de la llamada sociedad civil organizada, siendo por eso que los actos delictivos cometidos por los componentes de aquellas pandillas envuelven a buen número de la población; teniendo toda ella que pagar las consecuencias que en ocasiones permanecen activas durante muchos años y siendo estas víctimas infinitamente más numerosas que las que dejan los malandros que actúan en el hampa común.
En consecuencia, si se quiere un país sano y que nos enorgullezca dejarlo como herencia a nuestros descendientes, es necesario que los dos grupos de mal vivientes mencionados, hampones comunes y hampones de cuello blanco, sientan que serán restringidos y que les será muy difícil realizar las cosas horrendas que están haciendo actualmente; pero esas limitaciones solo se pueden lograr si el poder legislativo, judicial y ejecutivo no permiten haya más impunidad.
EL PODER LEGISLATIVO tiene urgentemente que modificar y elaborar leyes dirigidas al combate efectivo de los delitos comunes y esforzarse en penar, sin ninguna clase de compasión, la acción de los delincuentes de cuello blanco.
El PODER JUDICIAL. Tal parece que este poder ya se olvidó del reciente ejemplo de gallardía e insobornable actuación del fallecido abogado Fiscal del Ministerio Público Danilo Anderson, persona que demostró honestidad y valentía en un momento álgido de la vida del país y que por su recto desempeño estaba rescatando la dignidad del abogado, función que generalmente y desde hace mucho tiempo ha sido mal vista debido a las desvergonzadas actuaciones de muchos de esos profesionales del derecho. Es indudable que el propósito del nombrado abogado fiscal fue el de hacer imponer la ley a todo trance y por tal razón él debe representar un modelo a seguir por toda persona que tenga algo que ver con la administración de la justicia y muy especialmente por las autoridades judiciales de todo el país, ellos deben recordar y exaltar la memoria de Danilo Anderson al no tolerar que el sacrificio de aquel extraordinario funcionario sea considerado inútil y, al seguir este comportamiento, aplicar y hacer aplicar las leyes de manera estricta; consiguiendo al fin impedir siga siendo el cohecho la formula mágica que influye en casi todos los jueces al dictar sus sentencias.
EL PODER EJECUTIVO. El asesinato de aquel abogado también le tocó el alma a este poder, y por ello ahora más que nunca debe comprometerse a cooperar en la lucha contra los pillos de cualquier calaña; batalla que hay que emprender de inmediato para en un tiempo no muy lejano lograr establecer una patria digna, fuerte y prospera. De tal manera que, para enseñar a los truhanes que operan en el país lo que es decencia, ha de seguirse al pie de la letra lo que el Libertador Simón Bolívar le escribiera el 25 de noviembre de 1.825 al Dr. José Hipólito Unanúe: LA CLEMENCIA CON EL MALVADO ES UN CASTIGO AL BUENO: Y SI ES UNA VIRTUD LA INDULGENCIA, LO ES, CIERTAMENTE, CUANDO ES EJERCIDA POR UN PARTICULAR, PERO NO POR UN GOBIERNO
José M. Ameliach N.Julio 2.006
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