Ser honesto es ser real, auténtico, genuino. Ser deshonesto es ser falso, ficticio, impostado. La honestidad expresa respeto por uno mismo y por los demás. La deshonestidad no respeta a la persona en si misma ni a los demás. La honestidad tiñe la vida de apertura, confianza y sinceridad, y expresa la disposición de vivir en la luz. La deshonestidad busca la sombra, el encubrimiento, el ocultamiento. Es una disposición a vivir en la oscuridad.
Por, Martín Guédez
Un artículo acerca del secuestro de banderas revolucionarias que no podemos aceptar.
Una de las características del modo de hacer capitalista consiste en vaciar de contenido, frivolizar y esterilizar todos los valores, las ideas y hasta la herencia de dignidad de las personas. Así, se apropiaron de Jesús, Bolívar o el Che, hasta convertirlos en productos, en mercancías. A Jesús, en imágenes, templos, estampitas, oraciones para rezanderas y rezanderos, en cualquier cosa menos en el revolucionario que anunció para los pobres y explotados del mundo las causas de sus miserias y la buena nueva del Reino de Dios en la tierra. A Bolívar, en cuadros, estatuas, plazas, nomenclatura y monedas, todo menos dejarlo hablar, todo menos llevar hasta su pueblo el verbo y la acción revolucionaria de su vida. Al Che, en franelas, afiches, pancartas, boinas y medallitas colganderas, todo menos permitir que su ejemplo revolucionario de honestidad, rectitud y entrega calen en el corazón de los pueblos. En los tiempos que vivimos lo hemos visto secuestrar la bandera nacional, las canciones de Silvio Rodríguez, los gritos de esperanza de Alí Primera, todo para bastardear, castrar y hacer añicos la fuerza del signo.
Cuando ocurrió el affaire de un señor llamado Antonini y una maleta con 800 mil dólares, reclamé y emplacé a nuestras autoridades –especialmente a la Fiscalía General de la República- a no dejarnos arrebatar miserablemente la bandera de la honestidad revolucionaria, a no aceptar la premisa de que una revolución verdadera transige o acepta vagabunderías, a tomar la iniciativa y abrir las investigaciones de inmediato antes que la jauría mediática apareciera ante nuestro pueblo y ante el mundo como quienes “hacen del periodismo instrumento para denunciar el robo, sin el cual la gente nunca sabría estas cosas porque los robolucionarios se tapan entre ellos” (Matacuras dixit). ¿La verdad?... las declaraciones de Isaías y la lentitud de PDVSA para iniciar la investigación sirvieron para echar en el rostro de los revolucionarios una excrementera que no merecemos ni podemos aceptar. Un revolucionario es honesto, radical, intransigente con la corrupción o no es revolucionario y debe ser expulsado a patadas porque –indiferentemente de lo “popular” que sea lo que hace cada día- asquea, contamina y contagia un mal de morir.
El día de ayer, en medio del acto que periodistas y comunicadores alternativos celebramos para desagraviar a la compatriota Iris Varela y para proclamar nuestro compromiso con el Sí, pudimos ver a William Lara, saltar literalmente, tomar la palabra y reivindicar su condición de revolucionario a carta cabal. Recordó –dolido- entre otras cosas, que puede no ser simpático mediáticamente, que puede proyectar una imagen de excesiva seriedad que contraste con otras imágenes tan risueñas y leves ellas, pero que no anda con guardaespaldas, que no anda con camionetotas, que se desplaza en el Metro, que vive en el mismo apartamento comprado con su trabajo y el de su esposa hace veintitrés años, pues bien, indiferentemente de la “razón” que pudiera tener o no quien lo hizo “saltar” de esa manera, William hizo lo que tenía que hacer, hizo lo que haría cualquier revolucionario verdadero, no comenzar a dar medio explicaciones para medio enredar, sino proclamar y exigir respeto por esa cualidad imprescindible en un revolucionario. Hay banderas que son como la piel, o las tiene el revolucionario o muere como tal. Esta, la de la honestidad, es una de ellas.
Hoy quiero llamar la atención con angustia –reconozco que me angustia aunque no sea precisamente angustiable por pendejadas- porque vi -¡¡¡cuando no!!!- por Globovisión a un par de jóvenes desde Barquisimeto, rostros ensangrentados, brazos en apariencia quemados con cigarrillos, agresivos en extremo, gritar a voz en cuello y amenazantes, que “habían sido torturados por el régimen”. Que quienes fuimos víctimas de torturas de los Negro Huizi, el loco Luís, Posada Carriles, López Sisco, Tarzán…y un largo etcétera… podamos ser señalados –por acción u omisión- de hacer o permitir semejantes bestialidades es sencillamente inaceptable. Algo así es desdibujar hasta hacerlas grotescas caricaturas a las razones profundas y el alma de un revolucionario. Sencilla y llanamente –para usar un término muy socorrido- eso no puede ser. La imagen de los dos jovencitos y el coro receptor que los esperaba a la salida trajo a mi mente imágenes imborrables que demuestran la capacidad diabólica de la derecha cuando prepara el terreno para justificar las peores agresiones. Recordé a la señora aquella, desnuda de la cintura para arriba, mostrando moretones en el cuello y espalda, denunciando entre lágrimas que “miembros de los Círculos Bolivarianos del terror, la habían intentado violar”. Todo estaba tan bien montado, que hasta los más desconfiados creyeron el cuento. Luego, todos pudimos ver que la escena y hasta las palabras utilizadas por la “víctima”, formaban parte de unas escenas de una película en la cual la “actriz” había participado.
Este caso de los “estudiantes” guarda un inocultable parecido con el mencionado anteriormente. La sangre seca –sin haberla limpiado, algo que es instintivo y lo sabemos bien quienes hemos pasado por eso-, las marcas simétricas y abundantísimas de las “quemaduras” de cigarrillo…todo nos hizo recordar aquella escena, incluso una par de ellas de más reciente data (el tabique nasal fracturado de Yon Goicochea, o la frente acerada con la cual detuvo la Ballena otro jovencito). En todo caso, más allá de las dudas que pudiéramos tener vuelvo a reclamar, a exigir y levantar mi voz por la acción inmediata de la Fiscalía General de la República. Aquí estamos en presencia de un grave delito –que luego será presentado y juzgado como cierto por los medios de difusión- conocido, público y notorio y por tanto, “noticia críminis”. Compatriotas, esta bandera no podemos aceptar que nos la arrebaten. Los revolucionarios hemos sido torturados, hemos sido desaparecidos, hemos sido encarcelados sin juicio, pero no somos torturadores ni asesinos. Que a los revolucionarios nos animan profundos sentimientos de amor es mucho más que una consigna guevariana, es un profundo e irrenunciable valor humano sin el cual nos disolvemos como la sal en el agua. Si esto es cierto, quienes los hicieron tienen que pagar su crimen y no encochinarnos a todos, si –como creo- esto es un montaje más de Globoterror o cualquier otro medio, hay que desenmascararlos y ponerlos de una buena vez en evidencia y tras las rejas donde hace tiempo merecen estar. No permitamos que nos arrebaten más banderas. Son nuestras, hermanas y hermanos, son nuestras…es nuestro el amor, es nuestra la entrega, es nuestra la honestidad de nuestros propósitos, es nuestra la honestidad…son nuestras banderas…nuestras… nuestras…y jamás del fascismo.
Cuando ocurrió el affaire de un señor llamado Antonini y una maleta con 800 mil dólares, reclamé y emplacé a nuestras autoridades –especialmente a la Fiscalía General de la República- a no dejarnos arrebatar miserablemente la bandera de la honestidad revolucionaria, a no aceptar la premisa de que una revolución verdadera transige o acepta vagabunderías, a tomar la iniciativa y abrir las investigaciones de inmediato antes que la jauría mediática apareciera ante nuestro pueblo y ante el mundo como quienes “hacen del periodismo instrumento para denunciar el robo, sin el cual la gente nunca sabría estas cosas porque los robolucionarios se tapan entre ellos” (Matacuras dixit). ¿La verdad?... las declaraciones de Isaías y la lentitud de PDVSA para iniciar la investigación sirvieron para echar en el rostro de los revolucionarios una excrementera que no merecemos ni podemos aceptar. Un revolucionario es honesto, radical, intransigente con la corrupción o no es revolucionario y debe ser expulsado a patadas porque –indiferentemente de lo “popular” que sea lo que hace cada día- asquea, contamina y contagia un mal de morir.
El día de ayer, en medio del acto que periodistas y comunicadores alternativos celebramos para desagraviar a la compatriota Iris Varela y para proclamar nuestro compromiso con el Sí, pudimos ver a William Lara, saltar literalmente, tomar la palabra y reivindicar su condición de revolucionario a carta cabal. Recordó –dolido- entre otras cosas, que puede no ser simpático mediáticamente, que puede proyectar una imagen de excesiva seriedad que contraste con otras imágenes tan risueñas y leves ellas, pero que no anda con guardaespaldas, que no anda con camionetotas, que se desplaza en el Metro, que vive en el mismo apartamento comprado con su trabajo y el de su esposa hace veintitrés años, pues bien, indiferentemente de la “razón” que pudiera tener o no quien lo hizo “saltar” de esa manera, William hizo lo que tenía que hacer, hizo lo que haría cualquier revolucionario verdadero, no comenzar a dar medio explicaciones para medio enredar, sino proclamar y exigir respeto por esa cualidad imprescindible en un revolucionario. Hay banderas que son como la piel, o las tiene el revolucionario o muere como tal. Esta, la de la honestidad, es una de ellas.
Hoy quiero llamar la atención con angustia –reconozco que me angustia aunque no sea precisamente angustiable por pendejadas- porque vi -¡¡¡cuando no!!!- por Globovisión a un par de jóvenes desde Barquisimeto, rostros ensangrentados, brazos en apariencia quemados con cigarrillos, agresivos en extremo, gritar a voz en cuello y amenazantes, que “habían sido torturados por el régimen”. Que quienes fuimos víctimas de torturas de los Negro Huizi, el loco Luís, Posada Carriles, López Sisco, Tarzán…y un largo etcétera… podamos ser señalados –por acción u omisión- de hacer o permitir semejantes bestialidades es sencillamente inaceptable. Algo así es desdibujar hasta hacerlas grotescas caricaturas a las razones profundas y el alma de un revolucionario. Sencilla y llanamente –para usar un término muy socorrido- eso no puede ser. La imagen de los dos jovencitos y el coro receptor que los esperaba a la salida trajo a mi mente imágenes imborrables que demuestran la capacidad diabólica de la derecha cuando prepara el terreno para justificar las peores agresiones. Recordé a la señora aquella, desnuda de la cintura para arriba, mostrando moretones en el cuello y espalda, denunciando entre lágrimas que “miembros de los Círculos Bolivarianos del terror, la habían intentado violar”. Todo estaba tan bien montado, que hasta los más desconfiados creyeron el cuento. Luego, todos pudimos ver que la escena y hasta las palabras utilizadas por la “víctima”, formaban parte de unas escenas de una película en la cual la “actriz” había participado.
Este caso de los “estudiantes” guarda un inocultable parecido con el mencionado anteriormente. La sangre seca –sin haberla limpiado, algo que es instintivo y lo sabemos bien quienes hemos pasado por eso-, las marcas simétricas y abundantísimas de las “quemaduras” de cigarrillo…todo nos hizo recordar aquella escena, incluso una par de ellas de más reciente data (el tabique nasal fracturado de Yon Goicochea, o la frente acerada con la cual detuvo la Ballena otro jovencito). En todo caso, más allá de las dudas que pudiéramos tener vuelvo a reclamar, a exigir y levantar mi voz por la acción inmediata de la Fiscalía General de la República. Aquí estamos en presencia de un grave delito –que luego será presentado y juzgado como cierto por los medios de difusión- conocido, público y notorio y por tanto, “noticia críminis”. Compatriotas, esta bandera no podemos aceptar que nos la arrebaten. Los revolucionarios hemos sido torturados, hemos sido desaparecidos, hemos sido encarcelados sin juicio, pero no somos torturadores ni asesinos. Que a los revolucionarios nos animan profundos sentimientos de amor es mucho más que una consigna guevariana, es un profundo e irrenunciable valor humano sin el cual nos disolvemos como la sal en el agua. Si esto es cierto, quienes los hicieron tienen que pagar su crimen y no encochinarnos a todos, si –como creo- esto es un montaje más de Globoterror o cualquier otro medio, hay que desenmascararlos y ponerlos de una buena vez en evidencia y tras las rejas donde hace tiempo merecen estar. No permitamos que nos arrebaten más banderas. Son nuestras, hermanas y hermanos, son nuestras…es nuestro el amor, es nuestra la entrega, es nuestra la honestidad de nuestros propósitos, es nuestra la honestidad…son nuestras banderas…nuestras… nuestras…y jamás del fascismo.
Por, Martín Guédez
Oiga y participe del programa
"El Socialismo de las Cosas más Sencillas",
con Martín Guédez
Los jueves de 7 a 8 am, por RNV Canal de Noticias.
Esperamos sus llamadas.
0212-731-34-13 y 0212-731-37-16
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