Una mano al llamado del Presidente. Una mano necesaria para que nuestra revolución no se nos disuelva.Por, Martín Guédez
Jesucristo, no pocas veces evocado por el Comandante Chávez como el gran socialista de la historia -incluso la Misión de Misiones lleva el nombre de Misión Cristo- proclama felices a los pobres de espíritu. El Comandante desafía a los "socialistas" (comillas adrede) a compartir con los pobres cuanto poseen -o han ido acumulando- más allá de las necesidades propias de una vida digna. Coincide el Comandante Chávez con Jesucristo. La pobreza de espíritu es la mayor revolución interior del hombre nuevo. Es encontrar la felicidad en ser desprendidos, solidarios y buenos, es renunciar por voluntad propia al dominio sobre las personas y las cosas propias de la ideología capitalista y encontrar en ello el verdadero gozo de ser libres. Libres especialmente de nosotros mismos, de nuestros intereses, de nuestra vanidad, de nuestros propios proyectos, libres de acumular tesoros que se hagan nuestros dueños.
No tiene nada de particular que semejante llamado del Comandante haya obtenido rechazo burlón de parte de quienes llamándose cristianos habrían de escogerlo como vocación fundamental, pero tampoco es extraño que los "socialistas" le hayan pasado por encima, de prisa y con displicencia, al angustioso llamado del Comandante. Total, en ambos casos tienen el corazón lleno de riquezas -no siempre materiales, aunque también de estas porque usualmente vienen juntas- sino de egoísmo, soberbia, protagonismo, vanidad, figuración y "torquemadismo", sobre los que se regodean relamiéndose como predadores satisfechos, así -aunque quizás no lo sepan- están fatalmente inhabilitados para abrir espacio a las condiciones concretas que llevan al socialismo. Son radical y contundentemente contrarrevolucionarios.
Llamarse y ser socialista significa estar comprometido en cuerpo y alma con la construcción de una sociedad igualitaria y justa. Significa trabajar con humildad en primer lugar en el hombre viejo que tenemos dentro. Significa horror y repugnancia por el capitalismo, su injusticia y sus privilegios. Significa parirse de nuevo. Significa usar todos los medios al alcance por transformar las relaciones de producción, distribución y consumo de los bienes económicos necesarios para la vida a partir de nosotros mismos. Significa pasar de la caridad a la eliminación de las causas que permiten que unos pocos se apropien del plusvalor generado por el trabajo de muchos. Significa ensanchar el corazón para abrirlo de par en par al amor profundo por lo humano, por la naturaleza, por todo cuanto nos rodea. Significa, en fin, acordarnos cuando vamos en el vehículo lujoso, que en aquel semáforo continua, abandonada, rumiando su miseria y esperando por nuestra solidaridad la viejita que nos mandaba a seguir luchando, y el obrero explotado, alienado, esclavizado, y el campesino al que no le llega -por causa de unos bandidos- la mano liberadora de la revolución.
No hay otra forma de experimentar el socialismo verdadero que siendo pobres de corazón. Hay que abrir las puertas y ventanas del corazón para que por ellas se vayan los prejuicios, los resentimientos viejos, los criterios y patrones arraigados en nuestra forma de pensar, de razonar y de valorar las cosas. El hombre nuevo se construye desde adentro. Se nutre -como lo hace la semilla para convertirse en planta fecunda y generosa- con lo que le llega de fuera, pero su esencia está en su interior. La doctrina, las lecturas, incluso la voluntad -no se diga de los adminículos que nos ayudan (vestimenta, saludos, consignas, fotos...)- constituyen el abono fertilizante, el ambiente, la circunstancia, pero el cambio es interior, tiene que ser internalizado, profundo, sustantivo y esencial.
Ser de corazón socialista significa abandonar el apego a los criterios y patrones arraigados en nosotros y asumirnos desnudos para emprender el camino generoso y desprendido en pos del hombre que queremos construir. Supone sumergirnos en ese mar proceloso del mundo nuevo sin llevar equipaje ni guardar la ropa, sin cálculos de autodefensa, dejándolo todo, comenzando por dejarnos a nosotros mismos. Valorar en cada acto que realicemos el bien colectivo que de él se desprenda y no la satisfacción que nos causa, el aplauso fácil o la lisonja -venga de quien venga- detrás de la cual se esconde el peor de los envilecimientos. La primera condición para ser socialista es el desprendimiento de nosotros mismos. Cuanto éxito cosechemos y no sea útil a la construcción del socialismo y el hombre nuevo es meramente una morisqueta, una pantomima miserable y triste.
"Donde esté tu corazón ahí estará tu tesoro" (Lc 12, 34). La boca habla de lo que en el corazón abunda. Si nuestras palabras, acciones y gestos son violentos y excluyentes así está nuestro corazón. Sólo quien anida amor, paz, resolución y firmeza puede ser libre de si mismo y sus ambiciones. El hombre noble y bueno se conformará con satisfacciones simples, tendrá unas manos siempre abiertas para darlo todo, buscará el bien común siempre, sin que le cueste, tan natural como su aliento. Sólo el manso de corazón y firme de ideas podrá contagiar -como la gripe- la esencia del socialismo. Ser socialista exige tener un corazón pacífico, noble y sencillo como un pesebre.
Rodeados siempre de tantos peligros, como ovejas entre lobos, llegó la hora de la revisión profunda, dolorosa, existencialmente angustiosa de revisar lo que estamos haciendo, cómo lo estamos haciendo, para qué lo estamos haciendo y sobre todo, para quienes lo estamos haciendo. ¿Incluimos?, ¿construimos?, ¿somos sembradores de la paz?, ¿vamos dando al pueblo lo que es del pueblo?, ¿estamos estimulando su crecimiento?, ¿que dicen nuestras acciones, nuestras palabras, nuestros gestos y nuestro ejemplo de vida? Me atrevo a asegurar que no hay propaganda más irresistible que nuestro ejemplo de vida, nuestras acciones, nuestros propios gestos. Un revolucionario, a riesgo de parecer ridículo, lo hace todo lleno de grandes sentimientos de amor -como dijo el Ché, palabras más palabras menos-, busca siempre construir un mundo mejor que dejar a sus hijos. El Che no era un superhombre, ni un Dios, el Che fue un soñador que se atrevió a hacer realidad sus sueños y dio la vida espoleando el duro costillar de Rocinante intentando ponerlo al paso de sus sueños. Ahí tenemos un ejemplo a emular, no sólo a cantar o mostrar en afiches y franelas.
Por, Martín Guédez
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