¿Qué pasa con nuestra conciencia que cambia dependiendo del lugar en que nos encontramos?
Por, Nelly Prigorian
¿Por qué el caraqueño se comporta en el Metro, de una forma y en las calles de la capital, de manera distinta?
¿Por qué no nos atrevemos a contestar el teléfono celular manejando en Chacao, pero apenas salimos de ese municipio, hablamos por el móvil hasta por los codos?
¿Por qué hoy somos “culturosos” en pagos de impuestos y ayer no lo éramos?
¿Qué pasa con nuestra conciencia que cambia dependiendo del lugar en que nos encontramos?
¿Serán cosas de conciencia o de la conducta impuesta, reglamentada y controlada con todo el rigor de la ley?
¿En que momento la exigencia de las autoridades de un buen comportamiento se convierte en buen hábito personal?
Casi todo el mundo pregona sobre la necesaria condición de ser LIBRE del ser humano, su LIBERTAD de escoger entre varias opciones. El problema está que casi siempre escogemos LIBREMENTE la opción más fácil.
Es más fácil no botar basura en el Metro, so pena de una reprimenda y no llegar a su destino.
Es más fácil no contestar el celular en Chacao, so pena de que un policía tenga una charla de dos horas contigo, por la medida chiquita.
Es más fácil estar al día con el SENIAT, so pena de que un fiscal te revise hasta el certificado de nacimiento de tu abuela y pases tres meses recordándole la madre a Vielma Mora.
Tal vez, todo sería mucho más simple en la vida, si pudiéramos reglamentar y pedir estricto cumplimiento de cómo ser una buena persona, con buenos hábitos y demás atributos necesarios, para hacer una libre preferencia por lo más fácil.
Pero, todo autoritarismo y totalitarismo conllevan al dogmatismo y con tantos “ismos” juntos no es nada difícil perder la perspectiva, la LIBERTAD VERDADERA y para todos, inclusive para aquellos que andan en las Hummer blindados y viven en las fortalezas con cercos eléctricos.
Fernando Savater dice que nuestro comportamiento tiene básicamente tres motivos: Ordenes, Costumbres y Caprichos. No hay que tomar estas definiciones literalmente, me ordenaron ser buena gente y yo respondo: Señor, sí, Señor; ni Caprichos son los de antojos del embarazo o la pataleta infantil a cualquier edad.
En gran parte, cumplimos las obligaciones porque las Ordenes se imponen por su peso (miedo, recompensa, afecto o confianza) y nos condicionan a comportarnos de tal o cual manera: “no robo porque me sale castigo, estudio porque me es beneficioso”.
Seguimos las rutinas por la Costumbre y por no contrariar a los demás: “no robo porque no se acostumbra a hacerlo donde vivo, estudio porque es la costumbre y se verá feo si no lo hago”.
Si los dos primeros motivos vienen de afuera y se imponen, el tercero, el Capricho, es un motivo que emerge de nuestras entrañas, nadie te lo manda, nadie te obliga a imitar a nadie, es la expresión de nuestra humanidad: “no robo porque por mi cabeza ni pasó esta posibilidad, estudio porque por mi cabeza ni pasó la posibilidad de no hacerlo”. Con el Capricho somos y nos sentimos LIBRES, no condicionados por nadie, ni por nada, porque ya no es solo nuestra libre elección, sino nuestro modo de vivir, nuestra humanidad que se expresa.
El problema de los caprichos es que son muy personales, muy individuales. Yo me encapriché en no botar basura ni en el Metro, ni en la calle; Yo me encapriché en respetar las reglas de tránsito en Chacao y en la Luna; Yo me encapriché en declarar y pagar impuestos, esté Vielma Mora o Petra Pérez en el SENIAT y de paso le pido que me rinda cuentas.
Y yo ando encaprichada individualmente entre los demás a quienes no se les antoja nada de eso. Y mi capricho LIBERTARIO se estrella contra las calles desbordadas de basura, contra los insultos de los taxistas y motorizados, contra las suspicaces sonrisitas de los negociantes, y hay que tener temple de acero para seguir encaprichada todo el tiempo y en todo lugar.
Tal parece que hasta tanto no aprendamos a ser verdaderamente libres por capricho, necesitaremos un gendarme en forma de leyes, reglamentos, instrucciones y sus estrictos cumplimientos, para ir cambiado los motivos de nuestro comportamiento: de Ordenes a Costumbres, de Costumbres a Caprichos.
Suena contradictorio: para alcanzar la LIBERTAD VERDADERA es necesario pasar por la fase donde se impone la autoridad con sus premios y castigos.
Sí, ¡es contradictorio!
Igual de contradictorio como la apertura y la concentración mental para obtener el mejor resultado.
Igual de contradictorio como el amor propio y la entrega sin reservas a la persona que amamos.
La misma relación contradictoria subyace entre la LIBERTAD y la DISCIPLINA.
Que cada quien busque su propio gendarme, sea su conciencia o las instituciones del Estado, pero hasta tanto el Capricho libertario no se imponga MAYORITARIAMENTE nunca alcanzaremos la LIBERTAD VERDADERA
Por, Nelly Prigorian
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