La revolución enriquece su convicción acerca del socialismo con la exposición de una nueva moral, la de un pueblo culto y sano, bien dirigido y que cultiva una nueva moral: la moral del trabajo y del esfuerzo por la defensa de los valores.
Por: Jorge Gómez Barata
especial para ARGENPRESS.info
Fecha publicación:26/09/2006)
Las ideas políticas no surgen de los laboratorios ni nacen maduras y listas para ser aplicadas, sino que son actos de creación propios de épocas y necesidades concretas, momentos felices en los que interactúan la práctica social, las doctrinas humanistas, los sistemas filosóficos, las ciencias, los líderes e incluso los sentimientos.
El advenimiento del capitalismo, una etapa brillante e imprescindible del devenir histórico, coincidió con un nivel de madurez de la cultura y la ciencia que permitió a las vanguardias percatarse de las imperfecciones de la obra humana, premisa que avala las tentativas encaminadas a reformarla y que históricamente ha encontrado su expresión más acabada y legitima en el socialismo.
Las primeras expresiones del socialismo fueron esencialmente románticas y literarias y sus voceros originales actuaron movidos por compasión hacía las masas lanzadas a la industrialización capitalista y convertidas en un proletariado empobrecido, ignorante de que con su sudor y sus sufrimientos amasaba el mundo nuevo.
Los socialistas utópicos, plantearon grandes problemas, aunque no pudieron sustanciar científicamente sus respuestas por lo que sus brillantes y conmovedores alegatos contra el capitalismo salvaje, no llegaron a convertirse en programa político, cosa realizada en el siglo XIX por Carlos Marx.
Por venir al mundo como una ruptura respecto al pensamiento social que suponía imperecedero al capitalismo, el socialismo concitó la ira de la burguesía dominante, fenómeno que se acentúo cuando, en 1917 los bolcheviques rusos tomaron el poder y proclamaron el inicio de la edificación del socialismo.
La historia les jugó una mala pasada, porque Lenin, su líder murió prematuramente y lo que pudo ser el inicio de la era socialista, devino escenario para una destructiva pugna por el poder en la que prevaleció Stalin, ponente de un régimen despótico plagado de deformaciones, arbitrariedades y vicios que desacreditaron al socialismo que no pudo trascender en la Unión Soviética ni en Europa oriental. La debacle no fue total porque sobrevivieron los procesos socialistas en China, Vietnam y Cuba que habían asumidos sus propios retos y caminos.
La Unión Soviética no existía ya cuando ocurrió el suceso político que ha desmentido la teoría del fin de la historia: la revolución bolivariana en Venezuela que, aunque es consciente de que el capitalismo no puede aportar las soluciones que busca, tampoco ha adoptado ninguna de las experiencias previas, sino que se ha propuesto crear al suyo: el Socialismo del siglo XXI.
Es demasiado pedir al presidente Chávez sobre cuyos hombros recaen inmensas tareas que defina todo su pensamiento acerca del Socialismo del Siglo XXI, tal vez sea preferible tratar de contribuir a la elaboración de ese pensamiento que puede resultar un patrimonio común.
La versión socialista propuesta por Chávez presenta el atractivo de no inspirarse en el pasado, sino en el porvenir, ni estar comprometida con doctrina alguna que obligue a sus militantes a adoptar ideas políticos como si fueran actos de fe. El socialismo venezolano no es un dogma que se toma o se deja, sino un surtido de opciones para la participación que cada cual asume según su credo y sus simpatías.
En esta opción conviven en armonía o en sus contradicciones naturales y no antagónicas, la gran propiedad social sobre los medios fundamentales de producción, las riquezas nacionales: petróleo, gas, agua, subsuelo, bosques, tierra y otras con las pequeñas y medianas empresas agrícolas, comerciales e industriales, las cooperativas, el capital extranjero y la iniciativa endógena y naturalmente con un escrupulosos respeto al dinero y la riqueza bien habidas.
No hay una doctrina a priori acerca de las clases y los partidos, sino una amplia plataforma donde caben los interesados en un proyecto nacional de justicia social y tampoco es preciso asumir opciones filosóficas ajenas y la libertad de conciencia religiosa es total.
Para el presidente Chávez los procesos electorales no son momentos de cuestionamiento sino de relegitimación que asume con la alegría del que marcha al encuentro con quienes lo quieren y lo aprecian.
La revolución enriquece su convicción acerca del socialismo con la exposición de una nueva moral, la de un pueblo culto y sano, bien dirigido y que cultiva una nueva moral: la moral del trabajo y del esfuerzo por la defensa de los valores.
Algo es seguro: el socialismo propuesto por Hugo Chávez no tendrá que inventarse un rostro humano: el pensamiento Bolivariano es humanismo de la mejor ley.
27/9/06
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