"El hielo de mis años se reanima con tus bondades y gracias. Tu amor da una vida que está expirando. Yo no puedo estar sin tí, no puedo privarme voluntariamente de mi Manuela. No tengo tanta fuerza como tú para no verte: apenas basta una inmensa distancia. Te veo, aunque lejos de mí. Ven, ven, ven luego". -Simón Bolívar, 11 de septiembre de 1827-
José M. Ameliach N.
Septiembre de 2.006
El Libertador Simón Bolívar se encontraba un poco enfermo y hacía más de un mes que no se veía con Manuela Sáenz, de pronto el Libertador llama a un ordenanza y le dice que vaya a la casa de doña Manuela y le diga que le manda decir que venga de inmediato, “que su enfermedad es menos grave que la mía”. El tiempo que tenía sin verse con Manuelita fue porque ella se había aparecido a medianoche en un baile de máscaras, vestida de hombre, y formó un pequeño escándalo con la finalidad de forzar a Bolívar a salir de la fiesta, pues había sido alertada de que allí se intentaría contra su vida; y Bolívar para evitar un escándalo mayor se va del lugar en compañía de Manuela.
Probablemente en esto estaría pensando el Libertador cuando la mujer, alarmada, llega al cuarto donde está Bolívar y éste de inmediato le informa que se cree habrá una rebelión, entonces Manuelita al verlo tan abatido lo atiende con esmero, lo calma y lo hace conciliar el sueño. Apenas pasada dos horas se escucha los ladridos de los perros de la casa y algunos ruidos extraños, razón por lo que Manuelita despierta a Bolívar y le pide se vista porque parece que hay algo raro en la parte de abajo.
Bolívar ya vestido y con dos pistolas en las manos se dirige a la puerta de la habitación con la intención de abrirla y enfrentarse a lo que fuera, pero en eso se oyen voces cada vez subidas de tono y se escucha las palabras de dictador, muerte al tirano y libertad; ya no hay duda de que venían por el Libertador. Ante el peligro la mujer le insinúa al Libertador que salte a la calle por la ventana y es la propia Manuelita quien la abre, mira que la calle esté despejada y hace que bolívar se escape mientras se escuchan golpes en la puerta y gritos de que abran la puerta.
Como Manuelita no abrió la puerta, los conjurados la derriban y gritan a todo pulmón “¿Dónde está Bolívar? ¿Donde está el dictador? ¿Donde está el traidor a la libertad?”, la respuesta de Manuelita es de que estaba en el Consejo, sala grande en el mismo piso donde Bolívar acostumbra reunirse con amigos, visitantes y ministros, de esta manera Manuelita le proporciona más tiempo a Bolívar para que pueda escapar. Al seguir Manuelita presentando mayor grado de rebeldía, un enfurecido conspirador de apellido Zuláivar la amenaza con dispararle, y si no es por la intervención de otro conjurado que lo detiene es posible la hubiera matado; y al ver fracasado el intento de asesinar al Libertador los conspiradores abandonan el lugar y desaparecen en aquella fría noche bogotana.
Bolívar después de salir por la ventana atraviesa la calle y por el lado de un teatro cruza la esquina, de pronto se percata que es seguido y ya listo para disparar identifica a su fiel ordenanza José Palacios, y entonces en su compañía caminan varias calles, llegan al puente sobre el río San Agustín y debajo de él se esconden durante unas dos horas, metidos hasta las rodillas en el agua helada, hasta que oyen voces de “Viva Bolívar” “Viva el Libertador”; siendo entonces cuando se animan a salir del escondite. Ha medida que Bolívar fue conociendo los nombres de los conjurados su animo fue decayendo y a pesar de la irritación que sentía, el Libertador perdona a todos los conjurados y pide que cuando se hagan los interrogatorios no se admita lo de la intención de asesinarlo; solicitud que no llega a persuadir a ninguno de sus amigos.
Es desde esa fecha, 25 de Septiembre de 1.828, cuando la estrella del Libertador comienza a declinar, pues la masa que antes lo idolatró comienza a renegarlo debido a la insidia permanente de sus enemigos. Por todo ello Bolívar le escribe al Dr. José María del Castillo el 1º de junio de 1.829:
LOS ASESINOS, LOS INGRATOS, LOS MALDICIENTES Y LOS TRAIDORES, HAN REBOSADO LA MEDIDA DE MI SUFRIMIENTO. NO HAY DÍA, NO HAY HORA, EN QUE ESTOS ABOMINABLES NO ME HAGAN BEBER LA HEZ DE LA CALUMNIA.
José M. Ameliach N.
Septiembre de 2.006
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