Un artículo sobre la urgencia de una radicalidad revolucionaria verdadera ante los desafíos
por, Martín Guédez
por, Martín Guédez
No pocas veces se confunde la radicalidad con el tremendismo. ¡Como si la radicalidad radicara en la lengua! Terminamos por calificar a alguien como radical porque habla más alto, gesticula con más fuerza y hasta es más irresponsable maltratando lo que toca porque no sabe. Como es bien visto por un buen número de compatriotas… ¡el mandado está hecho! ¡A opinar de todo y hacerlo con fuerza y ya está! ¡Un tronco de revolucionario! ¡No importa si se están desatando demonios o creando problemas! Eso es un vulgar reduccionismo de la radicalidad revolucionaria.
Un revolucionario radical es alguien que va a la raíz y profundiza hasta la médula de los problemas. Es además, aquel que profundiza sin destrozar a su paso, sino que lo hace construyendo con responsabilidad, con visión de conjunto y talento estratégico. Visto de este modo es condición insoslayable la radicalidad en el revolucionario y el "equilibrio" podría representar más bien tibieza, mediocridad y hasta complicidad. El verdadero equilibrio revolucionario se verifica en la entrega sin reservas al ideal revolucionario.
Un radical fue Che. Así fue percibido por los sectores poderosos del mundo y hasta por sus propios camaradas. Incluso hasta llegar a ser percibido como con un cierto grado de locura. Un radical absoluto fue Jesús. Él fue decididamente radical en sus exigencias especialmente consigo mismo. Para él, o se es sal de la tierra y luz del mundo o que nos pisoteen los cochinos porque no servimos para nada. El que no vive para servir no sirve para vivir.
Por eso la opción revolucionaria debe ser asumida como vocación vital. Radicalmente debe estar esta vocación por encima de todo lo demás: lujo, dinero, fama y hasta la propia vida. Cualquier bien debe ser sacrificado si entra en contradicción con la misión revolucionaria. El verdadero revolucionario debe llevar su compromiso hasta eliminar el falso equilibrio de poder "servir a dos señores". El revolucionario debe estar decidido a no tener donde reclinar la cabeza, debe romper con los compromisos del mundo por muy legítimos que ellos sean y una vez puesto en marcha no debe mirar atrás.
Nadie debe ignorar las dificultades de este camino porque –además de infinitas exigencias- estará plagado de lobos. No faltarán las tensiones y conflictos, particularmente, cuando la fidelidad a la misión revolucionaria entra en contradicción con amistades y afectos. Debe saber que si lleva adelante sin concesiones su compromiso será objeto de odios y envidias, causa de escándalo y reprobación, signo de contradicción, porque… si el revolucionario se mimetiza, no es contradictoria su conducta, es aplaudido y homenajeado… ¿Estará siendo fiel a su compromiso?
Un compromiso radical, un apostolado, porque tiene como benefactores a los desdichados, los expulsados, los ignorados, los insultados y los perseguidos por causa de su pobreza. No se es diferente a los demás si sólo se vive conforme a las reglas de una sociedad profundamente individualista, egoísta e indiferente. Poco o nada hacemos si la fama, el dinero o el poder lo empezamos a llevar como lo lleva el mundo que se quiere cambiar. Para eso ya tenemos bastante con los ricos y poderosos que pretendemos eliminar. No habría porque cambiarlos, ellos resultan más elegantes porque han aprendido por siglos a llevar su dinero y su poder!ç. En muchos casos que vemos a diario entre nosotros, los cambios súbitos de estatus, resultan cursis, chocantes, ridículos y dan muy mala impresión.
por, Martín Guédez
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