Una nota sobre las urgencias para la batalla electoral.
Por, Martín Guédez
Vamos de nuevo a otra batalla trascendental. El 3 de diciembre, la oligarquía criolla y sus amos imperialistas se juegan a Rosalinda. Nosotros, de nuevo nos jugaremos la patria, los sueños y la vida. No tengo la menor duda respecto de la respuesta afirmativa que dará el pueblo. No en vano, a pesar de tantos actos fallidos, la sabiduría popular le indica donde está su futuro. No obstante, ese mismo pueblo que respaldará el proceso revolucionario, aspira y espera que se limpie el campo de cizaña y mala hierba.
El dinero y el poder hacen una combinación demoledora. Pocos se mantienen fieles a los principios cuando –como decía Mao Tse Tung- el corazoncito burgués empieza a latirles en el pecho. No pocos adquieren aires de arrogancia donde antes exhibían humildad. Somos víctimas de demasiadas influencias consecuencia de esta nueva vida. Era más fácil ser revolucionario cuando los caminos sólo ofrecían sacrificio y cuando ser humilde era lo único que podíamos ser.
Para muchos de nosotros, ser revolucionarios evoca hoy una cantidad de posturas, ritos externos y una multitud de exigencias, que poco o nada tienen que ver con la esencia. Todo lo que es verdadero tiene una divina y clásica simplicidad. También la revolución nos muestra eso mismo. La verdad que simplifica y el fraude interior que complica. José Ortega y Gasset apunta que "el hombre complica y enmaraña, levanta muros y códigos que sólo él conoce, con un fin: dominar y mandar. Es mucho más fácil de lo que parece caer en este sentido enmarañado de la esencia revolucionaria.
La historiografía revolucionaria nos muestra esta verdad en aquellos que se mantuvieron fieles y consideramos paradigmas y ejemplos. Ser revolucionario es hacer la Revolución. La condición revolucionaria se construye sobre la fidelidad a esta verdad clásica y simple. Ser revolucionario consiste en hacer la Revolución despojados de la soberbia, el egoísmo, la vanidad y la injusticia. Sólo ahí se verifica nuestra fidelidad. Fidelidad al ideal revolucionario que es la raíz de todas las exigencias y el único criterio para auto valorar nuestro accionar.
La cosa es relativamente simple: fidelidad al pueblo que equivale a ser fiel a nosotros mismos. Sin arrogancia ni prepotencia. Con espíritu de servicio. Ser revolucionario es someter a esta condición cualquier otro valor sobre la tierra. Un revolucionario tiene que saber de estas exigencias o sencillamente no lo es. Podrá ponerse todos los disfraces que quiera, alzar la voz y gritarlo a los cuatro vientos, pero no lo será. Hay que vivir adecuado a los valores de la Revolución. Hay que arrancar de nuestros corazones el orgullo, el egoísmo y la injusticia para convertirnos en revolucionarios y amigos del pueblo.
Ser revolucionario, como su nombre lo indica, supone converger hacia la Revolución con todas nuestras fuerzas, toda nuestra inteligencia, toda nuestra voluntad y toda nuestra pasión. Es poner todas nuestras potencialidades en un esfuerzo total por la liberación de nuestro pueblo. A este respecto es bueno señalar que no siempre se tiene clara conciencia de la autonomía de este proceso. Esta exigencia revolucionaria no está ligada a cierto grado de cultura, o una cierta edad, profesión o género. No hay una cierta profesionalidad revolucionaria, como no existe nadie totalmente revolucionario. Ser revolucionario es un proceso de exigencias autónomas, constantes, diarias. Es vocación y llamado permanente. Es utopía y camino. No existen privilegios o acepción de personas y todo depende radicalmente de nuestra respuesta. Esta respuesta verifica el compromiso y condiciona todo el proyecto. Así que cuando nos inquiete como será el futuro de nuestra Revolución, podemos respondernos: tan intenso y verdadero como sea nuestra entrega.
Una entrega que debe verificarse en el estilo de vivir nuestra cotidianidad. Un buen revolucionario tiene que ser humilde, sencillo, justo, cercano, amable, generoso, solidario…. Un verdadero revolucionario tiene que atornillar en su corazón esta verdad: Se es revolucionario por amor. Cualquier otro valor es una farsa y un reduccionismo intolerable
Por, Martín Guédez
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