Un artículo en la zaga de la profundización ideológica. Formación de cuadros para la inserción.
Por, Martín Guédez
Se está tomando cada vez más en serio la necesidad de sembrar conciencia revolucionaria. Hay un problema que nos gustaría tratar. Se trata de la actitud de quienes se insertan en las comunidades y el espíritu que los anima. Recuerdo que, cuando hace unos años –se me cayó la cédula, disculpen- éramos unos jóvenes entusiastas intentando llevar adelante aquel método de alfabetización que se llamó "Abajo Cadenas", no entendíamos la resistencia de muchos campesinos a "dejarse" alfabetizar. Aquel hombre que se llamó Félix Adam pronto captó el problema. ¿Cómo podían unos muchachitos presentarse como maestros a enseñar a unos hombres hechos y derechos?, ¿Unos hombres con sabiduría, historia, familia y respeto?, ¿Cómo? ¡Vayan a aprender de ellos!, ¡Era verdad! Había que ir con humildad sincera a aprender de ellos y acaso después, sólo después, podríamos ofrecer lo que sabíamos.
Hay que detenerse ante esta pregunta interior respecto a la motivación que animará a los cuadros encargados de organizar el proceso concientizador. Desde el punto de vista más claro es evidente la necesidad que la Revolución tiene de amigos que la lleven hasta nuestros hombres, mujeres, jóvenes, niños y niñas. Se requiere entonces de la presencia viva, activa y eficaz de amigos. No basta ante el vertiginoso proceso de deformación capitalista con el conocimiento, es necesaria la pasión, el amor y la amistad. En efecto se nace apóstol de la revolución para insertarse en un "lugar", en una "parcela", en medio de un pueblo, para vivir en él la vocación fundamental.
No basta con ir a un sitio en términos genéricos, eso sería un reduccionismo del apostolado revolucionario. Se trata más concretamente de insertarse en los dinamismos que configuran al espacio vivo para hacerlo políticamente más humano, trascendente y justo, en una palabra: más socialista. Y que mejor lugar que el habitado por los más pobres entre los pobres, los más desamparados y vulnerables. Nadie necesita más de la mano amiga que ellos, y de nadie estamos más necesitados para garantizar la marcha histórica de la humanidad que de ellos. Debemos ponernos en el centro de esos puntos álgidos en los que el amor se hace presente en la humanidad para alumbrar en ella el tipo de hombre nuevo. El amor estará con nosotros si tenemos la convicción de que la causa histórica de la Revolución es justa y necesaria.
Naturalmente, la relación entre socialismo y promoción humana hace que cualquier parcela sea objeto de nuestra atención. Sólo que sin duda son los pobres los más excluidos, los más ignorados y más necesitados de atención. Estamos llamados a ser buena noticia entre ellos, a vivir con ellos y por ellos. El revolucionario tiene que transitar estos lugares de desierto, periferia y frontera donde ensayar la nueva humanidad y los nuevos estilos de vida. El campo experiencial es por lo tanto: la vereda, la escalera, el salón comunitario, la placita, y en general todos los lugares donde se puede estar con el pueblo.
La causa es la revolución socialista, pero no una revolución que pudiera imaginarse separada de su pretensión, sino aquella que tiene su causa en una vinculación esencial con los pobres de este mundo. De ahí la preferencia por todo cuanto configure social e integralmente la vida de estos preteridos sociales. Sin pretensiones académicas. Sin ínfulas de superioridad. Como uno entre ellos, con ellos y por ellos.
LAS MOTIVACIONES
Discernimiento.
Decir que el espíritu revolucionario está en la aventura que se emprende no significa que ese mismo espíritu está también en todos y cada uno de los que hacen la marcha. De hecho, el tiempo en su molienda inmisericorde va demostrando que no siempre es así, que fueron otras las motivaciones que impulsaban a algunos. En muchos casos motivaciones inconscientes y ocultas incluso para los propios interesados. A riesgo de simplificar un panorama humanamente tan complejo, nos atrevemos a establecer la siguiente tipología que encontraremos en nuestros camaradas de ruta:
a) Los "enmascarados", aquellos que en el quehacer revolucionario camuflan sus verdaderos problemas de personalidad, insertándose en un grupo en el cual encuentran unas relaciones que los satisfacen, una especie de remedio mágico a sus insatisfacciones, sus problemas de comunicación y sus miedos.
b) Los "voluntaristas", aquellos que encuentran en el grupo un lugar donde estar. Algo así como "estar en algo" de primera línea. Algo que los convierte en "guerrilleros románticos". Una decisión de pertenecer que se toma más por generosidad voluntarista que por experiencia consciente. Pero el voluntarismo cansa, agota, quema, no funciona porque está apoyado sólo en la voluntad y la voluntad sin conciencia es una pantomima. Sobre todo, el voluntarismo cansa y agota cuando los resultados no son brillantes –y casi nunca lo son-. Son quienes sólo confían en sí mismos, para descubrir más temprano que tarde que los resultados no tienen la consistencia soñada. Ese es el momento en el cual, o se reconvierten las motivaciones o se produce la "quema" del individuo.
c) Y los "llamados por la conciencia", o aquellos que –de herida en herida- asumieron la experiencia. De ella nacen el gozo, la movilización y la resistencia que mantienen para no decaer.
Es evidente que todos son necesarios. Aquellos que se insertan sin el equipaje imprescindible de la conciencia pueden y deben irlo adquiriendo en el camino. Es tarea de todos. Es la misión CONCIENCIA, sin la cual, todo el andamiaje se nos vendrá al suelo como un castillo de naipes.
Por, Martín Guédez
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