Históricamente, el imperialismo es la dominación política de un Estado sobre varios otros para establecer una hegemonía política, económica, cultural
Muchos ejemplos existen en el transcurso de los siglos: el imperio de Asoka en la India, que se extendió desde Afganistán hasta Indonesia; el imperio romano sobre el Mediterráneo y Europa central; el imperio inca en el centro del continente americano; el imperio de Carlomagno en Europa; el de España tras la «conquista»; el de la Francia de Napoleón... y otros.
A partir del principio del siglo XIX, la función económica se vuelve predominante, porque ella corresponde a la lógica misma del capitalismo, que busca el control de las materias primas y de los mercados. Sin embargo, su carácter nacional es todavía central en este período, y es Gran Bretaña el prototipo de este tipo de imperialismo. Las conquistas coloniales de Africa en particular fueron características de la partición del Sur entre zonas de influencia y explotación.
Después de la segunda guerra mundial es EEUU quien toma el liderazgo del imperialismo, con una cierta competencia con los dos otros polos de la triada: Europa y Japón.
El análisis del fenómeno ha tenido su desarrollo. Ya Carlos Marx señaló en El Capital la tendencia a la concentración del capitalismo, lo que implica necesariamente su tendencia a adquirir un carácter internacional. En su obra de 1904 El Imperialismo, J.A. Hobson estableció la diferencia entre el capitalismo de libre intercambio, que caracterizó el siglo XIX, con bases predominante nacionales, y el capitalismo de monopolio, que se desarrolló después con exigencias de dominación internacional. R. Hilferding, en 1910, insistió sobre el carácter creciente del capital financiero y sobre la importancia del Estado para apoyar el desarrollo capitalista. Rosa Luxemburgo estudió el expansionismo y la agresividad de los grandes poderes, desembocando en el militarismo, todo ello en función de la lógica de la acumulación del capital.
Evidentemente, es Lenín quien publicó el libro más conocido: El imperialismo, fase superior del capitalismo – Ensayo de vulgarización, en 1917. Explicó el imperialismo como el resultado de la fase monopolista del capitalismo: más y más concentración y cárteles para apropiarse de los recursos del mundo; exportación de capitales y no solamente de mercancías; parasitismo de las burguesías; explotación de las naciones oprimidas... Insistió sobre la vinculación entre el sistema económico predominante y los problemas políticos del tiempo, en particular la guerra.
Hoy día, imperialismo significa la articulación de todas las partes del mundo en un sistema mundial único, caracterizado por las desigualdades de desarrollo, desigualdades no en función de lo que algunos llaman un «retraso» de ciertas naciones frente al dinamismo de otras, sino como exigencia de la lógica misma de la acumulación del capital (el intercambio desigual). Es lo que Samir Amin, un economista egipcio, llama el «imperialismo colectivo», constituido por las grandes empresas transnacionales, muchas veces con capital de varias partes del mundo.
Frente a la tendencia -típica del sistema capitalista- de una degradación de la tasa de ganancia (que Marx ya había señalado), la salida es encontrar siempre nuevas fronteras de acumulación del capital. Durante mucho tiempo eso significó conquistar territorios. Hoy es diferente, y por eso el capital no se opuso a la descolonización. Hoy el papel del capital financiero es predominante. La extracción del sobreproducto se hace por medios financieros (pago del servicio de la deuda, tasa de intereses, paraísos fiscales, etc.) o jurídicos (reglas de la Organización Mundial del Comercio, programas de ajuste estructural, establecimiento de «zonas de libre comercio», como el ALCA…). Nunca antes, aun durante el tiempo más duro de la colonización, las metrópolis del Norte extrajeron tantas riquezas de sus periferias del Sur como hoy día.
Sin embargo el capital debe apoyarse sobre el Estado para garantizar su estabilidad, asegurar el respeto de la propiedad y de las ganancias, crear condiciones favorables a la acumulación, como la exención de impuestos, el establecimiento de infraestructuras, la formación de la mano de obra, la reducción de su precio, etc. Eso se verifica en particular en períodos de crisis, donde se favorece el dirigismo político, hasta las dictaduras, y la militarización (buen medio de corregir las crisis de consumo y de sobreproducción, sin hablar de la función muy positiva de la fabricación de armas, manera de hacer pasar fondos públicos a manos privadas). Frente a la internacionalización de los procesos económicos, las grandes instituciones financieras como el Banco mundial y el FMI juegan hoy día un papel similar, al servicio del proyecto neoliberal.
Hoy es EEUU quien, como única superpotencia mundial, asume este papel a escala internacional, siendo la «globalización», precisamente, la fase superior del desarrollo del imperialismo. EEUU no solamente arbitra la mayoría de las empresas transnacionales, sino que domina políticamente las instituciones financieras internacionales (derecho de veto con 17% de los votos), se niega a aprobar la mayoría de los tratados internacionales (Kyoto a propósito del clima, la Corte penal internacional, las minas antipersonales, el trabajo de los niños, la prohibición de armas químicas y biológicas, etc.) y tiene bases militares en 121 países del mundo.
La guerra en Irak es un producto directo del imperialismo. El control de los recursos naturales, petróleo y gas (Medio Oriente, Asia central, Africa del Este, Bolivia), minerales (Africa Central), biodiversidad (América Central, Amazonia), agua y oxígeno, es una necesidad para la producción capitalista. Las luchas contra el terrorismo, el narcotráfico, el despotismo... sirven de pretexto (útil) para justificar las empresas imperialistas.
Pero hay mas todavía en la fase actual de la construcción del imperio estadounidense. El documento del PNAC (Proyecto para un Nuevo Siglo Americano: http://www.newamericancentury.org) es muy explícito a este propósito. Publicado en 1997 y completado en 2000, este plan sale de la constatación de que EEUU es la única potencia mundial y que por eso tiene el deber moral de establecer «una hegemonía benévola» sobre el mundo. Sólo EEUU puede determinar quiénes son los buenos y los malos. No puede permitir que ninguna otra nación, aun regional, sea una potencia rival.
Por eso EEUU debe aumentar su armamento y su presupuesto militar, desarrollar una nueva generación de armas nucleares, hacer de las Fuerzas Aéreas una fuerza de primer disparo en el mundo. Para establecer la «Pax Americana» debe construir bases sólidas e indiscutibles, lo que va exigir, según el documento, un largo proceso, a menos que ocurra un evento catastrófico y catalizador comparable al ataque de Pearl Harbor. ¡Era una visión casi profética! El PNAC fue la obra de un pequeño grupo de neoconservadores, un «think tank» minoritario. Pero ahora es este grupo el que está en el poder con la administración de George W. Bush. Las firmas que encontramos bajo este documento son: Dick Cheney (vicepresidente), Donald Rumsfeld (ministro de Defensa), Paul Wolfowitz (vicesecretario de Defensa), etc.
La intervención en Irak estaba planeada desde antes del 11 de septiembre de 2001. Las mentiras para legitimar la militarización del imperio estaban bien pensadas: armas de destrucción masiva, compra de uranio en Níger, vinculación entre Sadam Hussein y Bin Laden...
Hoy más que nunca, el imperialismo es «el estadio más avanzado del capitalismo», o del neoliberalismo armado, y vemos que se manifiesta en guerras reales, con su cortejo de horrores y barbaridades. Por eso es bastante extraño constatar el éxito del libro de Michael Hardt y Antonio Negri, El Imperio, dentro de una parte de la izquierda latino-americana.
El mundo actual, según esta perspectiva, vive un «un imperio sin imperialismo», como dice Atilio Boron, director de CLACSO en su critica del a obra, frente al cual se opone «la multitud» como un contrapoder, como fuente de resistencia. Si es verdad que las resistencias al modelo dominante se multiplicaron durante los últimos años (resistencias de las cuales el Foro Social Mundial de Porto Alegre es una expresión importante), no se debe olvidar que el imperio utiliza la fuerza y la violencia para imponer sus fines. Atilio Boron recuerda la historia reciente de las dictaduras en América Latina, el embargo a Cuba, la guerra del Vietnam, las contrarrevoluciones en Nicaragua, El Salvador, y Guatemala, el golpe de Estado en Venezuela, la guerra contra Afganistán e Irak...
Es verdad que los medios del imperio son ahora enormes, militares y políticos. La manera de afrontarlo va ser tal vez bastante diferente a como fue antes. Sin embargo, debemos ser conscientes de que él está también débil, y que puede ser derrotado. Lo vemos en Irak, de manera inesperada para un imperio que sufre de un pensamiento lineal, típico del cinismo de las clases dominantes que creen que les está permitido todo lo que les sirva a sus intereses. Pero esta debilidad provendrá ante todo de las fuerzas de resistencia, y éstas deben organizarse. Que sea en una lucha política (contra el ALCA por ejemplo) o en una lucha armada, no depende de ellas, sino de las circunstancias en las que se encuentren y que, evidentemente, deberán juzgar con mucho discernimiento para no servir de pretexto fácil al imperio ni para autodestruirse. Hoy debemos construir colectivamente a escala mundial un nuevo polo, con todos los grupos víctimas de la acumulación del capital (del imperio), un polo capaz de representar una fuerza real, basada en una visión humanista, ética y espiritual del mundo, sobre un análisis en términos de intereses opuestos, sobre compromisos de transformación profunda y no de simple acomodación -el imperialismo no se humaniza-, y sobre estrategias a largo y corto plazo.
A partir del principio del siglo XIX, la función económica se vuelve predominante, porque ella corresponde a la lógica misma del capitalismo, que busca el control de las materias primas y de los mercados. Sin embargo, su carácter nacional es todavía central en este período, y es Gran Bretaña el prototipo de este tipo de imperialismo. Las conquistas coloniales de Africa en particular fueron características de la partición del Sur entre zonas de influencia y explotación.
Después de la segunda guerra mundial es EEUU quien toma el liderazgo del imperialismo, con una cierta competencia con los dos otros polos de la triada: Europa y Japón.
El análisis del fenómeno ha tenido su desarrollo. Ya Carlos Marx señaló en El Capital la tendencia a la concentración del capitalismo, lo que implica necesariamente su tendencia a adquirir un carácter internacional. En su obra de 1904 El Imperialismo, J.A. Hobson estableció la diferencia entre el capitalismo de libre intercambio, que caracterizó el siglo XIX, con bases predominante nacionales, y el capitalismo de monopolio, que se desarrolló después con exigencias de dominación internacional. R. Hilferding, en 1910, insistió sobre el carácter creciente del capital financiero y sobre la importancia del Estado para apoyar el desarrollo capitalista. Rosa Luxemburgo estudió el expansionismo y la agresividad de los grandes poderes, desembocando en el militarismo, todo ello en función de la lógica de la acumulación del capital.
Evidentemente, es Lenín quien publicó el libro más conocido: El imperialismo, fase superior del capitalismo – Ensayo de vulgarización, en 1917. Explicó el imperialismo como el resultado de la fase monopolista del capitalismo: más y más concentración y cárteles para apropiarse de los recursos del mundo; exportación de capitales y no solamente de mercancías; parasitismo de las burguesías; explotación de las naciones oprimidas... Insistió sobre la vinculación entre el sistema económico predominante y los problemas políticos del tiempo, en particular la guerra.
Hoy día, imperialismo significa la articulación de todas las partes del mundo en un sistema mundial único, caracterizado por las desigualdades de desarrollo, desigualdades no en función de lo que algunos llaman un «retraso» de ciertas naciones frente al dinamismo de otras, sino como exigencia de la lógica misma de la acumulación del capital (el intercambio desigual). Es lo que Samir Amin, un economista egipcio, llama el «imperialismo colectivo», constituido por las grandes empresas transnacionales, muchas veces con capital de varias partes del mundo.
Frente a la tendencia -típica del sistema capitalista- de una degradación de la tasa de ganancia (que Marx ya había señalado), la salida es encontrar siempre nuevas fronteras de acumulación del capital. Durante mucho tiempo eso significó conquistar territorios. Hoy es diferente, y por eso el capital no se opuso a la descolonización. Hoy el papel del capital financiero es predominante. La extracción del sobreproducto se hace por medios financieros (pago del servicio de la deuda, tasa de intereses, paraísos fiscales, etc.) o jurídicos (reglas de la Organización Mundial del Comercio, programas de ajuste estructural, establecimiento de «zonas de libre comercio», como el ALCA…). Nunca antes, aun durante el tiempo más duro de la colonización, las metrópolis del Norte extrajeron tantas riquezas de sus periferias del Sur como hoy día.
Sin embargo el capital debe apoyarse sobre el Estado para garantizar su estabilidad, asegurar el respeto de la propiedad y de las ganancias, crear condiciones favorables a la acumulación, como la exención de impuestos, el establecimiento de infraestructuras, la formación de la mano de obra, la reducción de su precio, etc. Eso se verifica en particular en períodos de crisis, donde se favorece el dirigismo político, hasta las dictaduras, y la militarización (buen medio de corregir las crisis de consumo y de sobreproducción, sin hablar de la función muy positiva de la fabricación de armas, manera de hacer pasar fondos públicos a manos privadas). Frente a la internacionalización de los procesos económicos, las grandes instituciones financieras como el Banco mundial y el FMI juegan hoy día un papel similar, al servicio del proyecto neoliberal.
Hoy es EEUU quien, como única superpotencia mundial, asume este papel a escala internacional, siendo la «globalización», precisamente, la fase superior del desarrollo del imperialismo. EEUU no solamente arbitra la mayoría de las empresas transnacionales, sino que domina políticamente las instituciones financieras internacionales (derecho de veto con 17% de los votos), se niega a aprobar la mayoría de los tratados internacionales (Kyoto a propósito del clima, la Corte penal internacional, las minas antipersonales, el trabajo de los niños, la prohibición de armas químicas y biológicas, etc.) y tiene bases militares en 121 países del mundo.
La guerra en Irak es un producto directo del imperialismo. El control de los recursos naturales, petróleo y gas (Medio Oriente, Asia central, Africa del Este, Bolivia), minerales (Africa Central), biodiversidad (América Central, Amazonia), agua y oxígeno, es una necesidad para la producción capitalista. Las luchas contra el terrorismo, el narcotráfico, el despotismo... sirven de pretexto (útil) para justificar las empresas imperialistas.
Pero hay mas todavía en la fase actual de la construcción del imperio estadounidense. El documento del PNAC (Proyecto para un Nuevo Siglo Americano: http://www.newamericancentury.org) es muy explícito a este propósito. Publicado en 1997 y completado en 2000, este plan sale de la constatación de que EEUU es la única potencia mundial y que por eso tiene el deber moral de establecer «una hegemonía benévola» sobre el mundo. Sólo EEUU puede determinar quiénes son los buenos y los malos. No puede permitir que ninguna otra nación, aun regional, sea una potencia rival.
Por eso EEUU debe aumentar su armamento y su presupuesto militar, desarrollar una nueva generación de armas nucleares, hacer de las Fuerzas Aéreas una fuerza de primer disparo en el mundo. Para establecer la «Pax Americana» debe construir bases sólidas e indiscutibles, lo que va exigir, según el documento, un largo proceso, a menos que ocurra un evento catastrófico y catalizador comparable al ataque de Pearl Harbor. ¡Era una visión casi profética! El PNAC fue la obra de un pequeño grupo de neoconservadores, un «think tank» minoritario. Pero ahora es este grupo el que está en el poder con la administración de George W. Bush. Las firmas que encontramos bajo este documento son: Dick Cheney (vicepresidente), Donald Rumsfeld (ministro de Defensa), Paul Wolfowitz (vicesecretario de Defensa), etc.
La intervención en Irak estaba planeada desde antes del 11 de septiembre de 2001. Las mentiras para legitimar la militarización del imperio estaban bien pensadas: armas de destrucción masiva, compra de uranio en Níger, vinculación entre Sadam Hussein y Bin Laden...
Hoy más que nunca, el imperialismo es «el estadio más avanzado del capitalismo», o del neoliberalismo armado, y vemos que se manifiesta en guerras reales, con su cortejo de horrores y barbaridades. Por eso es bastante extraño constatar el éxito del libro de Michael Hardt y Antonio Negri, El Imperio, dentro de una parte de la izquierda latino-americana.
El mundo actual, según esta perspectiva, vive un «un imperio sin imperialismo», como dice Atilio Boron, director de CLACSO en su critica del a obra, frente al cual se opone «la multitud» como un contrapoder, como fuente de resistencia. Si es verdad que las resistencias al modelo dominante se multiplicaron durante los últimos años (resistencias de las cuales el Foro Social Mundial de Porto Alegre es una expresión importante), no se debe olvidar que el imperio utiliza la fuerza y la violencia para imponer sus fines. Atilio Boron recuerda la historia reciente de las dictaduras en América Latina, el embargo a Cuba, la guerra del Vietnam, las contrarrevoluciones en Nicaragua, El Salvador, y Guatemala, el golpe de Estado en Venezuela, la guerra contra Afganistán e Irak...
Es verdad que los medios del imperio son ahora enormes, militares y políticos. La manera de afrontarlo va ser tal vez bastante diferente a como fue antes. Sin embargo, debemos ser conscientes de que él está también débil, y que puede ser derrotado. Lo vemos en Irak, de manera inesperada para un imperio que sufre de un pensamiento lineal, típico del cinismo de las clases dominantes que creen que les está permitido todo lo que les sirva a sus intereses. Pero esta debilidad provendrá ante todo de las fuerzas de resistencia, y éstas deben organizarse. Que sea en una lucha política (contra el ALCA por ejemplo) o en una lucha armada, no depende de ellas, sino de las circunstancias en las que se encuentren y que, evidentemente, deberán juzgar con mucho discernimiento para no servir de pretexto fácil al imperio ni para autodestruirse. Hoy debemos construir colectivamente a escala mundial un nuevo polo, con todos los grupos víctimas de la acumulación del capital (del imperio), un polo capaz de representar una fuerza real, basada en una visión humanista, ética y espiritual del mundo, sobre un análisis en términos de intereses opuestos, sobre compromisos de transformación profunda y no de simple acomodación -el imperialismo no se humaniza-, y sobre estrategias a largo y corto plazo.
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Bibliografía
BORON, Atilio, Poder, «contrapoder» y «antipoder», Revista Temas, 33-34(abril-septiembre 2003) 28-42, sobre: «¿Qué imperialismo?»
HARDT, Michael y NEGRI, Antonio, Imperio, Paidós, Buenos Aires 2002.
LENIN, Vladimir I., El Imperialismo, fase superior del capitalismo, Ed. Progreso, Moscú 1976.
LUXEMBURGO, Rosa, La Acumulación del Capital, Routledge, London - New York 2003.
MANDEL, Ernesto, El Capitalismo tardío, Ed. Era, México 1975.
HARDT, Michael y NEGRI, Antonio, Imperio, Paidós, Buenos Aires 2002.
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LUXEMBURGO, Rosa, La Acumulación del Capital, Routledge, London - New York 2003.
MANDEL, Ernesto, El Capitalismo tardío, Ed. Era, México 1975.
Para la Agenda Latinoamericana de 2005
Tomado de: Centro de Medios Independietes, Ecuador
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